jueves, 30 de julio de 2009

Jad Fair & Amigos

Si vamos a hablar de la APOLOGÍA AL AMIGUISMO dentro del universo musical, tenemos que diferenciar. Por un lado están Phill Collins, Bono y Eric Clapton, que no hay Live Earth, Concert for Árfica, etc. en el que no estén ahí, haciendo lobby, siendo queridos por todos, dando el puto ejemplo.

Son músicos pertenecientes a otra generación, de aquella que aún consideraba que ser artista involucraba también una especie de compromiso social. Como eso que le dice el tío moribundo a Spiderman. Pura basura. Entonces arman como una especie de sindicato de artistas y así comienza el AOR, la muerte del rock.

También en este lado están tipos como Fito Páez y Sabina, que luego de una noche de aspirar coca se embalan en un proyecto en conjunto para darse cuenta luego que no pueden tolerar otra cosa más que su propio ego. El resultado: un disco de mierda. De vuelta, la muerte del rock.

Por otro lado, están los tipos que casi no tienen ego, cuyo único interés reside en la música. Es ahí, cuando se intercambian talentos, que nace un nuevo sonido, y la colaboración resulta genial.

Jad Fair es un tipo con buenos amigos, de esos que me gustaría tener a mi: Yo La Tengo, Daniel Johnston, The Pastels, Teenage Funclub, Moe Tucker, etc.

Imagino una noche de salida con Jad. Vamos a un club, hablamos con algunas chicas, pero nadie tiene una amiga para mi amigo, así que, frustrados, nos vamos a tocar la guitarra un rato, y ahí hacemos un disco hermoso. Porque no son las mujeres, sino la puta falta de ellas las que hacen grandes canciones. Y no creo que ni Clapton, ni Bono ni el buen tipo de Collins tengan esa clase de dilemas.

Aquí he preparado un compilado que reúne las mejores colaboraciones de Jad Fair con sus amigotes. Un conjunto de temas hermosos y raros como ellos. Se los dejo para que sepan con quién juntarse.

ADVERTENCIA: El tema que arranca el disco es más Jad Fair que Jad Fair. Dura nueve minutos y está prácticamente hablado. Si alguien puede pasarlo significa que ya se ha hecho fan. Los desafío.

BAJAR PT1

BAJAR PT2


01. Jad Fair & The Pastels - This could be the night

02. Jad Fair & David Fair - Abominable snowman

03. Jad Fair & R. Stevie Moore - That that is this

04. Jad Fair & The Pastels - When we touch

05. Jad Fair & Daniel Johnston - I met Rocky Erickson

06. Jad Fair & Kramer - Subterranean Homesick Blues

07. Jad Fair & The Pastels - Red Dress

08. Jad Fair & Yo La Tengo - Embarrased teen accidentally uses valuable postage stamp

09. Jad Fair & Teenage Funclub - Power of your tenderness

10. Jad Fair & Kramer - California

11. Jad Fair & Maureen Tucker - Bo Diddley

12. Jad Fair & R. Stevie Moore - Lemon & Lime

13. Jad Fair & Daniel Johnston - What I've seen

14. Jad Fair & Teenage Funclub - Cupid

15. Jad Fair & Yo La Tengo - Clever chemist makes chewing gum from soap

16. Jad Fair & The Pastels - Dark side of your world

17. Jad Fair & Daniel Johnston - Casper the friendly ghost

18. Jad Fair & Teenage Funclub - Good thing

19. Jad Fair & Jason Willett - Tabatha

20. Jad Fair & Teenage Funclub - Behold the miracle


ds.

lunes, 27 de julio de 2009

La dicha no es una cosa alegre



En estos momentos no encuentro una canción más triste, más etérea, más melancólica, más insoportablemente buena que “Etiqueta negra” de Los Redondos. Es que necesariamente tiene que ser distintiva una canción que diga de alguien (cualquiera que fuese, en este caso eso no importa): “Su corazón no era un hotel, aunque corría ese rumor/ y hoy tiene una, entre otras cruces, en este bosque siempre cruel”. Con un irremediable tono de despedida, es esa clase de temas que al concluir dejan un vacío insondable pero, de algún modo, también feliz, porque hay cierta dicha de haber vivido ese último encuentro, ese desesperado intento por retener algo que ya se perdió para siempre. En definitiva, un sentido homenaje. Hacía mucho que no me reencontraba con una canción tan clara en su complejidad… Y qué buena postura la de hacer girar casi todos los temas de la banda en la guitarra de Beilinson. Es que no se puede menos que pensar todas estas cosas al escuchar ese riff inicial apenado pero resistente, sutil, sereno, acompañado por una envolvente base de batería que se apoya en un ride y en un golpe de redoblante apenas lejano. “Si su nariz crecía de tamaño, prometía más/ No le robaba nunca nada a nadie, a nadie en especial”, dice, entre otras cosas, el autor, cantando con resignación y mezclando la prosa de un poeta sofisticado con la respiración espasmódica de la calle. Y otro gran acierto del tema es ese saxo que, desde su primera aparición, se va abriendo paso con arrogancia y con una especie de desesperación contenida. Como toda la canción.



EM.


martes, 21 de julio de 2009

Historia de los dos que soñaron


Jorge Luis Borges escribió en 1945 un ensayo titulado Valery como símbolo. Aquél texto acercaba el nombre de Walth Withman (la mañana en América) al de Paul Valery (el delicado crepúsculo europeo). Aunque Borges advertía que tal tarea podía parecer arbitraria o inepta, intentaré prolongar su juego acercando el nombre de Bob Dylan al de David Bowie.

Surgido de la infinita y misteriosa zona rural de Estados Unidos, ese desierto metafísico que une y separa dos océanos, la música de Bob Dylan revolucionó la música folk, transformó el lamento resignado del negro en una mística búsqueda de verdades vagamente anticapitalistas. Sus relatos microscópicos comenzaron a hacer eco en toda una nación y de alguna forma la esperanza moderna encontró en su figura una suerte de profeta, una voz quejumbrosa buscando cambiar el rumbo de la historia.

Pero Dylan es mucho más y mucho menos que un símbolo. Zimmerman lleva consigo el carácter errante de su religión y su constante movimiento ha logrado que su figura, que cada vez se parece menos a un hombre y más a una idea, carezca de centro. Dylan es endiabladamente ambiguo, huye y rechaza todo encasillamiento y se mueve de un lugar escapando de sí mismo. Dylan pudo haber cantado contra el capitalismo pero jamás se comprometió realmente con un partido de izquierda. Dylan no dudó en ceder su música para vender autos y hoy es un excéntrico millonario que se aloja en hoteles cinco estrellas. Dylan huye de la política para dedicarse a los grandes temas: el racismo, la injustica y demás abstracciones que como Pilatos lo dejan con las manos limpias. Dylan adolece de ideología, de edad, de tiempo, de religión. T-Bone Burnett dijo alguna vez “no sé si viaja en el tiempo o cambia de formas o como se llame. Pero lo mirabas un momento y parecía un pibe de 15 años y volvías a mirarlo un segundo después y tenía el aspecto de un anciano de ochenta años, y por entonces debía rondar los treinta y tantos”. Dylan nunca necesitó máscaras porque nunca tuvo un rostro definido. Como una idea que nace desde la nada y de inmediato se vuelve eterna, es imposible precisar cómo o de qué forma llegó hasta nosotros. Dylan pudo haber muerto hace 10 años o puede morir dentro de cinco minutos, da igual. Su presencia física ha dejado de importar en el mismo momento en que empezó a cantar. La vida de Dylan es menos una sucesión de hechos que una abstracción, una respuesta, soplando en el viento.

Quizás haya que decir que el europeo David Bowie es el opuesto perfecto de Dylan. Bowie es una entidad corpórea seducida por el thanatos, la pulsión de muerte. Bowie ha entregado su cuerpo a la fina decadencia de su continente. Su sexualidad, sus constantes máscaras, han sido vanos intentos de huir de sí mismo. Al final, Bowie nunca dejó de ser el flemático inglés apellidado Jones que fue seducido por el fascismo y la estética nazi. No hay folklore en Bowie, su música es decididamente blanca, completamente intelectual. Su personalidad camaleónica nunca pudo transformarlo en otra cosa sino que lo reencontró con sí mismo, con su mentalidad gélida y conservadora. Bowie nunca crítico al sistema, más bien intentó transgredir la moralidad burguesa de la que salió y a la que ha vuelto como un hijo pródigo. Hoy un banco lleva su nombre.

Dylan es, como su país, una idea que navega en el tiempo erráticamente, sin llegar a tocar el suelo del que surgió. Bowie, en cambio, ha buscado la máscara final que le haga olvidar su mera condición humana, resignándose finalmente a ser él. Dylan nunca tuvo una imagen definida, Bowie ha hecho un culto de eso, quizás porque toda imagen guarda una mentira y la negación de sí mismo es una forma de poder ser otro. Ambos procesos, opuestos, parecen ser metáforas de la historia. Estados Unidos, una utopía que se deshace para no ser nada y hacerlo todo. Un continente que se ha suicidado, Europa, se maquilla como un triste bufón para afrontar su propio declive.

Ambos artistas, geniales, se ubican en la fina línea donde la historia los escribe a ellos y donde ellos escriben la historia.

GG

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El Gentil Gigante me dejó este gran posteo para que lo suba, pero olvidó indicarme qué tema lo acompañaba. Elegí uno de cada uno. Acaso todavía haya alguien que esté saliendo de su etapa Foo Fighters y empieza a conocer el hermoso mundo del arte. Espero estés de acuerdo, Gentil. Atte, ds.