lunes, 22 de noviembre de 2010

Pavement - El drama de una generación

Estaban dispuestos en semicírculo. Confieso que pensé: “Pueden abrir con ‘Silent Kid’”. No creí que pasara. Sucedió. Antes, ni bien se apagaron las luces y se abrió el telón, había sonado una pista con un grito visceral que fue lo último que quedó de los ‘90. A diferencia del recital de Yo La Tengo -que fue en el mismo lugar y bajo las mismas circunstancias-, Pavement eligió la mejor lista posible.

Pero volvamos al inicio. Las guitarras, el bajo y la batería de esa introducción deliberadamente caótica formaban una arrolladora base de sonido a la que era difícil resistirse. Había gritos deformes del corista maldito, que fatigaba una pandereta desde un costado. De golpe parecía que muchos ahí recuperábamos el deslumbramiento ante la salida de una banda de rock largamente esperada. Convocados por esa extraña fuerza, MN y bz se perdieron rápidamente en el pogo de adelante. Busqué con la mirada a Malkmus. Lo escuchaba cantar pero no lo veía. El bajista, gordo y con un pelo largo a lo Cobain, se movía en el centro del escenario, haciendo completamente suyo el lugar. Finalmente encontré al cantante: estaba a la izquierda, de costado al público. Es una buena disposición para una banda: Malkmus y el batero casi de costado, el percusionista del otro lado, detrás del otro violero, y el bajista en el medio, todos mirándose entre sí. De algún modo eso también es un intento por difuminar a los individuos ante la potencia de las canciones, emotivas, excitantes, eternas. Pavement se planteó así como un todo, sin preponderancia de ninguna de sus partes.

El segundo tema fue “Shady Lane”. No podría haber habido otro. Con el correr de las canciones –todas celebradas, ovacionadas, bailadas- experimenté unas súbitas ganas de estar tocando ahí, en esa noche, con ese sonido y sobre ese escenario. Lo de siempre: me dieron ganas de ser el baterista de la banda. Párrafo aparte aquí: el de Pavement es el mejor batero dentro de los que se mueven en el ámbito de lo que podemos llamar el caos general. Todavía conserva en su forma de tocar el desorden de los ’90.

No faltaron “Grounded”, “Spit on a stranger”, “Unfair” ni -por supuesto- “Gold soundz”. La plenitud del solo de ese tema nos desbordó.

En el público, ahí adelante, muchos daban vueltas sobre las cabezas del resto, con las piernas para arriba. Otros llegaban al escenario, señalaban a Malkmus y se volvían a tirar. Una chica subió en pleno “Gold soundz”, hizo un gesto de locura con ambas manos y se arrojó de nuevo.

Más alejado, y sobre un desnivel desde el cual veía a la banda completa, yo apreciaba la comunión. Sin tener su edad, me sentí jodidamente identificado con esa banda de cincuentones que siguen rockeando firmes, conscientes de esa forma de verdad y orgullosos del camino que eligieron, aunque éste ya haya llegado a su fin. Es un tema generacional.

Antes solían gustarme bandas cuyo sonido, dentro de los parámetros del rock, fuera un poco más ordenado. Los de Stockton lo cambiaron todo.

Cuando volvíamos, en el auto, dije: “Bueno, mañana a escuchar Pavement”.

Este breve compilado es muestra de eso.


1 spit on a stranger

2 silent kid

3 trigger cut

4 shady lane

5 old to begin

6 gold soundz

7 folk jam

8 type slowly

9 grounded

10 speak, see, remember

11 grave architecture

12 here

13 cut your hair

14 major leagues


BAJAR


EM.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Andrés Calamaro - Mujeres Ausentes


Por lo general, en la vida de todo artista hay un momento que es el más interesante, visceral, prolífico, elevado. En tanto trovador de larga data, el de Calamaro comprende desde “Alta Suciedad” a “El Salmón”, con algunas excepciones posteriores. Así, este compilado conceptual tiene dos objetivos: rescatar esos años caóticos de Andrés (“sé que me esperan más aeropuertos”) y proveerle a MN algunos de esos temas, que no los tenía en su compu. Además, este puñado de su mejor cosecha viene bien para escuchar en la cercanía del verano.

Ni siquiera nos vemos en la necesidad de aclarar que su obra anterior también es atendible. Hoy nos interesa esa etapa en que Andrés era capaz de escribir “Dame un poco de tu amor, yo a cambio te ofrezco una montaña de horror”.


1 Ok perdón

2 Carnaval de Brasil

3 Todo lo demás

4 Corazón en venta

5 Aguas peligrosas

6 Clonazepán y circo

7 El Salmón

8 Comida china

9 Estadio Azteca

10 Los aviones

11 Elvis está vivo

12 Son las nueve

13 Mi gin tonic

14 Media Verónica

15 El día de la mujer mundial


BAJAR


EM.


miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ingleses de San Francisco


BRMC comenzó su carrera a comienzos de esta decada. Lo hizo de manera silenciosa, quizas opacados por el exito desmesurado de sus contemporáneos. Comparte con los Strokes o con los Libertines la misma idea de temporalidad doble: recrear trucos del pasado con un sonido moderno, dejarse influenciar por Zepp y por My Bloody Valentine al mismo tiempo. Seria injusto calificarlos de retro; es una de las pocas bandas que le da noción de futuro a un rock preso de la demagogia, del mercado,de la nostalgia.

La desconfianza se apodera del oyente. Uno ha escuchado varias veces estas bandas de apariencia cool que han aprendido de memoria el manual de entrada con onda de la bateria. Pero creo detectar en BRMC algo mas, una busqueda profunda sobre la superficie, como exploradores caminando por encima de un enorme glaciar. No hay bajada de linea ni declaraciones sobre el amor, y si las hay he decidido no escucharlas. La voz del artista (no el sonido que emiten las cuerdas vocales sino la idea que emite el cerebro) es anónima, parece no pertenecer a ningun hombre en especial, es de nadie y es de todos.

La noche sobrevuela sus canciones; la capacidad de la banda para captar esa sensacion indefinible que se produce al esconderse el sol es admirable. Música urbana que parece provenir de un callejón especialmente oscuro de los suburbios de una ciudad decadente. El sonido es abrasivo y envolvente, un mantra electrico de aires bluseros sobre el que oimos melodias tipicamente inglesas, algunas de ellas dignas del mejor Richard Ashcroft (el de A Storm In Heaven).

A BRMC no le interesa la realidad, por lo que ha generado una propia. Vaya merito para un artista.

Compilado ideal para escuchar a buen volumen y bajo la influencia mientras ves las brasas ardiendo en la previa de un asado.


JPS

martes, 16 de noviembre de 2010

Mis problemas con la Justicia

Your revolution is over, Mr. Lebowski. Condolences.


Uno anda melancólico por estos días. Se murió Kirchner, Boca está en crisis, no se sabe cuándo volverá a jugar Riquelme, el concierto de McCartney ya pasó, la Mujer Escurridiza anda dando vueltas por ahí, se acerca el fin de año, el hastío laboral, los mercenarios, incompetentes y dementes del periodismo, etc.

En momentos como este, lo único que se busca es –de nuevo- la intensidad. Algún tema en cuya audición uno se sienta comprendido, interpelado, justificado. Hay muchos. En verdad, sobran. La tristeza del rasgueo de “Tifi Rex” (canción que descubrió JPS, y de la que no tengo mayores datos) es una de las alternativas. Ya se escucha casi involuntariamente. “Great Day” de –casualmente- el Macca. Dylan. “Simple Twist of Fate”. Elvis haciendo “My Way” y quedándose sin aire sobre el final.

Pero los acordes están, y ahí surge la belleza (para continuar con lo trazado en el post anterior). Son esa resistencia en medio de la basura, el suspiro fatigoso de la reconciliación.

Quizás el mayor secreto del mundo esté en encontrar una buena melodía.

Hoy lo considero magia.



EM.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Belleza



Macca toco en vivo. Ver a un Beatle de cerca puede ser conmovedor. Los miedos ante este tipo de recitales son siempre los mismos: caer en la nostalgia, en el espectaculo, en el horrible hecho de ver a una leyenda. Paul se mantuvo en el presente. Las gemas de la primera epoca beatle (que nunca imagine escuchar en vivo) sonaban en su total dimension, puras y incolumes como diamantes hechos de melodia. Cerre los ojos y comprendi que And I Love Her y los arreglos de guitarra de Harrison se han separado del tiempo. Musicalmente, el viejo sigue estando elevado, casi sin quererlo sonaba a los LIbertines, a los Artic Monkey, a Oasis, a Coldplay, a The Fall, esa clase de sutilezas que uno comprende escuchando una banda en vivo.

Paul se sento en el piano y toco The Long And Winding Road y claro, fue como escuchar la musica que a Dios le gustaria poner mientras hace un asado. En Blackbird me hizo llorar y describir el porque de eso parece imposible, quizas tenga que ver con el extasis ante la contemplacion de Schopenahuer, mediante el arte, mediante la obra del genio, entramos en contacto con el universal, que es independiente del individuo y mas real que el. Quien sabe. Con Paul es imposible no caer en los cliches: al lado mio habia una pendeja de 15 anos que canto Helter Skelter con el mismo fervor con el que lo hizo un viejo de 70 anos que estaba dos bancos mas alla. Gaston y yo nos avergonzamos al vernos lagrimear en Here Today, tema que le hizo a Lennon y que toco solo con su guitarra. Algunos temas sensacionales de su estapa solista como Let Em In y Bluebirds llenaron de armonias el repleto estadio de River. Incluso una cancion que en su momento no me gusto del todo, Dance Tonight, sono perfecta, simple, bailable y llena de arreglos perfectos.

Hay algo conmovedor en la figura de Paul. Un tipo que con su guitarrita viene tocando hace 40 anos los suenos y las frustraciones de un siglo XX que ya no existe, un tipo enamorado que perdio al amor de su vida, un beatle que perdio a su otra mitad de cinco balazos en la puerta de un hotel, un musico vilipendiado por una etica punk que termino con Cobain pegandose un tiro en la cabeza. La energia de Paul, su eterna sonrisa, su humildad en el escenario, su capacidad para pasar los malos momentos, quizas recaiga en su capacidad para aferrarse a la belleza, entendida esta como un ideal artistico. Mas alla de su talento casi inhumano, Macca como artista cree en lo bello (que es siempre lo bueno y lo verdadero) y en su carrera no ha hecho mas que dejarnos toneladas de belleza. En una epoca donde lo feo pasa por autentico, siempre es bueno escuchar I've Just Seen a Face, como escuche yo en River, y volver a las bases.

JPS


Elvis está vivo, Bob Dylan también lo sabe…




… pero Bob es muy discreto y no dice nada.


Será mejor así.


EM.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Saldando deudas

Me di cuenta hace poco que en este blog no habia nada de Nick Drake. Quise escribir algo, pero luego recorde que ya lo habia hecho hace algun tiempo. Les dejo una cancion hermosa y el texto que escribi en aquel entonces, cuando Pink Moon era una novedad en mi vida. Hoy ya forma parte de ella.

Cadaver Exquisito

Realmente tenía ganas de realizarle un homenaje a Nick Drake y contar todo lo que adoro su música y sus discos geniales, etéreos, intensos, infinitamente tristes, esperanzadores en alguna extraña manera. Estuve leyendo su biografía, supongo que cuando uno analiza la vida de un suicida comienza ver cada uno de sus gestos como un signo no interpretado, latente, y se lanza a una búsqueda desesperada de pistas o señales que indiquen los motivos de su fatal decisión.

He llegado a la conclusión de que todo eso es en vano. ¿Sabían que Nick ostenta un record de atletismo en los 100 metros llanos? Lo consiguió durante la secundaria. ¿Se lo imaginan al compositor de Parasite en paños menores, corriendo a toda velocidad sobre una senda marcada con tiza? Bueno, fuck, imagínenselo. Le damos una enorme carga a los muertos, los llenamos de expectativas que nosotros no pudimos cumplir, creamos un fantasma a nuestra medida y lo adornamos con las ropas que mejor nos caben. Reducimos sus vidas a un conjunto de situaciones, un tanto patéticas, un tanto heroicas, que alimentan el mito y satisfacen nuestro ego.

Es natural pensar, al menos desde nuestra cultura, que un suicida muere por nosotros. La idea de un cordero que con su desaparición nos hace pensar sobre nuestra condición, el emma, está instalada en nuestra civilización con el propio Cristo, cuyo suicidio-homicidio-inmolación ha pasado a la historia y es el faro moral sobre el que giramos hace ya 2000 años.

No quiero ponerme a analizar la decisión del Dios católico de encarnarse en hombre y matarse a los 33 años, en todo caso, como Borges, me parece excelente literatura fantástica. A lo que voy es que esa decisión nos ha marcado profundamente y que ha agudizado esa idea, que de todas maneras ya los griegos habían desarrollado con un tipo como Aquiles (probablemente el primer Cobain de la historia), de la muerte prematura como una forma de heroísmo. Los muertos jóvenes no tienen oportunidad de equivocarse, los errores que cometen en vida son analizados a partir de su muerte como obstáculos por los que el héroe tuvo que pasar en su camino de redención. El suicidio, paradójicamente, es un acto de cobardía al que muy pocas personas se atreven.

A veces me llama la atención nuestra capacidad para vivir, un promedio de 75 años según últimas estadísticas, una vida cuyo sentido desconocemos por completo. ¿No les parece extraño? Pero es cierto que algunas personas son más sensibles que otras con respecto a esa pequeña inquietud. Algunos pueden ser almaceneros o publicistas toda la vida y jamás intuir la inconmensurable complejidad que implica la distancia entre el cielo y nosotros. Otros se hacen la gran pregunta, y el simple hecho de planteársela los vuelve un poco más inteligentes. En ese camino de interrogantes uno se termina aferrando a algo como eje para transitar la existencia: los hijos, la música, la literatura, la religión, el amor de una mujer, etc. Otros, los menos, se obsesionan con esa falta de respuestas y son incapaces de sujetarse a algo. Excesivamente conscientes de la falta de sentido de todo esto, se van apagando de a poco. Depresivos, suicidas, locos. Debe ser terrible.

La música de Nick suena etérea, parece no estar atada a nada terrenal sino a imágenes efímeras que el mundo nos otorga cada día, como el amanecer, el cielo, la luz del sol iluminándolo todo con cuidado, el tiempo que transcurre mientras uno mira el mundo a través de la ventana. Su voz suena tan natural como el viento golpeando las copas de los árboles antes de una lluvia torrencial, es como una flauta dulce que flota sobre nosotros y que se mezcla espontáneamente con el resto de las cosas.

Nunca logró aferrarse a nada. Se sabe de su misoginia, y hasta se ha comentado una reprimida homosexualidad. Nunca logró verdadera intimidad con otra persona. Fue capitán de su equipo de rugby de la secundaria, fue asiduo concurrente a recitales de folk y jazz durante su período universitario, pero nadie parecía conocerlo demasiado. Apenas le efectuaron una entrevista a lo largo de su vida, y sólo dio una docena de recitales, ya que sufría físicamente el proceso de tocar sus canciones frente a los demás. Sus tres discos fueron fracasos de ventas. Paul Weeler, que lo conocía bastante, ha dicho: “se fue alejando y alejando, hasta que finalmente desapareció”. Medía 1,90 y caminaba encorvado, era tímido y callado, me lo imagino deshaciéndose en uno de esos amaneceres ingleses inconmensurablemente tristes.

No hay situaciones heroicas en la vida de Nick. Realmente no tuvo una biografía llamativa. La única anécdota que ha pasado a la posteridad es aquella que relata que, avergonzado por lo poco que habían vendido sus dos primeros discos, dejó su obra final, el descomunal Pink Moon, a la secretaria de su compañía discográfica, pensando que quizás, y a pesar de todo, aún estaban interesados en hacer algo con el material. Se enteró poco después que habían editado el trabajo tal cual estaba, voz y guitarra únicamente, con algún agregado de piano. A diferencia de Morrison o Hendrix, Nick murió sin fama, sin éxito. Se volvió invisible, se termino de fundir con la naturaleza, se disipó en la bruma de la isla. No era un héroe, ni un ícono en desgracia. Su primer éxito lo consiguió 25 años después de muerto, cuando WolksVagen musicalizó una de sus publicidades con la canción Pink Moon. Toda una generación comenzó a conocer su obra perfecta, y se editaron box sets y grabaciones inéditas.

Cuando alguien se suicida, lo primero que viene a la cabeza de uno es “¿por qué?”. No hay respuestas, de la misma manera que no las había para el fallecido. He llegado a escuchar que Nick ni si quiera se suicidó, que tomó equivocadamente antidepresivos en lugar de pastillas para dormir, lo que provocó su muerte irremediable. La prueba está en que no dejó nota. ¿Importa eso ahora? ¿No es lo mismo? Cuando Kurt murió, la prensa quiso ver en él la alineación que miles y miles de jóvenes sufrían en un mundo inhumano, repleto de guerras por el petróleo y con un individuo tendiente a la desaparición frente a la máquina aplanadora de la TV. Falso. Se mató por razones personales, por causas de una profundidad aterradora, como un pozo oscuro del que apenas alcanzamos a vislumbrar el inicio. Lo mismo con Nick. Y uno, a veces, tiende a querer interpretar sus canciones o sus frases como un anticipo funesto. Pero no sirve de nada. Nadie muere por nosotros. Si la vida es un conjunto de símbolos, sólo una Inteligencia Superior es capaz de analizarlos, nuestro trabajo es más humilde y, si se quiere, más digno. Es tan suicida el Nick rugbier como el Nick que compuso Time has told me. Los dos se suicidaron, porque fueron uno.

La muerte nos justifica. La falta de éxito de los malogrados nos lleva a pensar que, si nuestro propio trabajo fracasa, el mundo es tan injusto como el mundo de Nick, o el de Kafka, o el de Van Gogh. Pero el mundo siempre es uno, el mismo lugar en el que Bill Gates hizo millones y en el que Florencia Peña es considerada una gran actriz. Nadie se suicida por vender poco o mucho. Sigue siendo una pregunta sin respuesta. Es cierto, Drake no tuvo tiempo para sacar un disco malo, su muerte prematura le impidió fallar; luego de la Velvet, Lou Reed editó algunos discos mediocres que lo humanizaron un poco, que lo volvieron falible. Preferimos al Che sobre Fidel, a Lennon sobre McCartney, a Polosecky sobre Pauls, y la lista es interminable. Pero los defectos y las virtudes de los cadáveres ya estaban ahí, los podemos ver si impedimos que la muerte lo cubra todo. ¡Qué lastima que Nick no pudo sacar más discos! Incluso alguno malo. Es importante recordar algo: él no era bueno porque estaba deprimido, era bueno a pesar de su depresión, que parecía consumirlo por dentro. La tristeza no es una condición necesaria del arte, Withman y Balzac lo demuestran. Pero los depresivos son más marketineros, mas inescrutables, enormes misterios sin respuestas posibles. Cito a Nick en esta genial frase de Fruit tree: “La fama es tan póco sólida como un árbol frutal, nunca florece hasta que su tronco está en el suelo”. Nick murió por Nick.

Me despido con esta carta que Robin Frederick, una música contemporánea que tuvo la oportunidad de conocerlo, escribió en 1997. La traducción es mía.

“En 1966, yo era una joven americana de 18 años viviendo en Aix-en-Provence, Francia. Era (y sigo siendo) una cantante y compositora. En aquél tiempo estaba cantando canciones folk clásicas y algunas propias en un cabaret de Aix con un amigo, Jon Sundell. Nick Drake vino a vernos al club De la Tartane durante el invierno del 66-67. Me contactó a través de un amigo y preguntó si me gustaría juntarme con él a tocar algunas canciones. Una tarde nos encontramos en una habitación de la universidad Aix-Marseilles, donde yo cantaba por las noches. Entre los temas que toqué para él había uno llamado Been Smoking Too Long, que era mío. Me encantaría recordar qué canciones me tocó él a mí, pero no puedo. Sólo recuerdo su voz hermosa, intensa, apacible, honesta. Me enamoré de él aquella noche, pero era demasiado insegura para decírselo.

Después de eso, solía venir a mi departamento tarde en las noches y entonces nos cantábamos canciones. No recuerdo que haya tocado alguno de sus temas. Debería haber compuesto algo para entonces, pero quizás no se sentía listo para compartirlas conmigo. No sé. Tocaba canciones de Bob Dylan, Bert Jansch, y otros cantautores contemporáneos. Lo recuerdo cantando una canción llamada Changes, escrita por Phil Ochs, que le gustaba mucho.

Sit by my side
Come as close as the air
Share in a memory of grey
Wander through my words
And dream about the pictures that I play
Of changes

Tengo la sensación de que Nick estaba absorbiendo todo lo que sucedía alrededor, música, letras, miradas, sonidos, gente; sosegadamente tomándolo todo. Aún cuando era tímido y reservado, tenía una presencia poderosa que parecía acercar la gente hacia él. Ciertamente era lindo, y eso, más su quietud natural, hace que sea sencillo endilgarle un conjunto de fantasías a su alrededor. Baudelaire, Rimbaud, todo ese asunto de los “Poetas Malditos”. Esto era el sur de Francia, después de todo, y éramos escritores y cantantes recorriendo las inmortales calles donde pintó Cezzane y murió Rimbaud. Yo era bastante buena imaginándome a mí misma como un montón de personas que no era. Así que era fácil envolver a Nick con el halo oscuro de Baudelaire. No estoy segura hasta qué punto interpretó Nick ese papel. Más que un poco, según recuerdo.

Los verdaderos “Poetas Malditos” eran escritores exquisitos pero, en general, gente no muy simpática. Y tenían relaciones espantosas. Así que yo esperaba lo peor. (Esa es mi excusa, de todos modos.) Una tarde, antes de que él partiera a África, Nick me pidió que nos juntáramos en un café, y nunca apareció. Yo estaba furiosa. Y herida. Escribí una canción que era un tercio ira y dos tercios victimización. Se llamaba Sandy Grey. Después dejé todo y me fui a Grecia. Quizás sobreactué un poquito.

Nunca volví a ver a Nick. Pero aquél verano, haciendo dedo para llegar a Londres, me encontré con Jon Martin. El había grabado Sandy Grey en su primer disco, London Conversation. Esto era el verano del 67 y no creo que Jon haya conocido a Nick aún, o si lo había hecho yo no estaba enterada. Nunca le dije a Jon por quién había escrito la canción, así que estoy segura que Nick nunca lo supo.

Nick apareció en mi vida una vez más, en 1992. Yo estaba terminando mi propio disco, How Far? How Long?. Fue a través de uno de los dueños de la disquera Higher Octave que supe del álbum Time of no Reply. Lo estaba escuchando en mi estudio de Malibu cuando oí Been Smokin Too Long, una canción que había olvidado por completo. Fue un sentimiento de lo más extraño, confuso en realidad, escuchar cantar a Nick una canción que yo sentí que de algún modo estaba conectada a mí. No fue hasta que llegó a una línea cuya letra había modificado que supe que la canción era mía. Yo recordaba claramente que había escrito una letra diferente, no la que él había cantado.

Mientras escuchaba a Nick cantando la canción aquél día, tomé conciencia de que la había grabado en 1967 y que yo la estaba escuchando 25 años después. Pero de algún modo los años se volvieron horas. O una escasa distancia que casi podía alcanzar. Como si el tiempo se hubiera vuelto espacio, y yo estuviera parada en un puente, entre el “entonces” y el “ahora”. Debe haber alguna ley física que trate sobre esto, quizás la perdida teoría de la relatividad emocional de Einstein.

Soy y he sido una devota Romántica. Como muchos poetas y artistas, fui atraída por el lado oscuro del romanticismo. Durante años escribí desde un lugar de tristeza y abandono, como Nick había hecho. No sé cómo algunas personas sobreviven a ese lugar mientras que otras, como Nick, son empujadas aún más por la oscuridad. La depresión es una enfermedad de la que aún sabemos poco, aunque ahora hay algunos tratamientos efectivos para tratarla. Durante los 80´ viví durante cinco años con un tipo cuyos pozos de depresión lo llevaron en última instancia al suicidio. Hice todo lo que pude para ayudarlo, pero su dolor estaba más allá de mi alcance. Obtuve un mejor entendimiento de lo que le estuvo pasando cuando leí el libro de William Styron “Darkness Visible”, un recuento terrible y muy bien escrito de su lucha contra su propio pozo.

Cuando escucho la música de Nick, especialmente Pink Moon, deseo poder cruzar realmente ese puente, aquél que divide el “entonces” y el “ahora”. Deseo poder volver y cantar para él una vez más. Deseo poder tocarle las canciones que escribo ahora, tan diferentes de las que escribía entonces. Quisiera agradecerle por componer From the morning y por el exquisito cambio de tono en el estribillo de Things behind the sun. Y, aún cuando sé que no hubiera marcado una diferencia con el modo en el que se dieron las cosas finalmente, quiero decirle que lo amo. De algún modo, de alguna manera, sé que eso puede suceder. El amor nunca está realmente perdido, y, si las dejamos salir, todas las cosas vuelven a nosotros otra vez.”

Nota posterior

Cito a Borges para ampliar aquello que he opinado en el comienzo de este artículo:

“Wilde atribuye la siguiente broma a Carlyle: una biografía de Miguel Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Ángel. Tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y simplificada la historia, que un observador omnisciente podría redactar un número indefinido, y casi infinito, de biografías de un hombre, que destacan hechos independiente y de las que tendríamos que leer muchas antes de comprender que el protagonista es el mismo. (...) No es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; otra, de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides; otra, de su comercio con la noche y las auroras (...)”.

Borges ha dicho que su deuda con Carlyle es tan vasta que “especificar una parte parece repudiar o callar las otras”. El mismo dictamen le cabe a él cada vez que intento escribir algo.