lunes, 30 de mayo de 2011

Recuerdos Inventados


Breve y encantador homenaje al cine de Enrique Vila-Matas, cineasta frustrado y critico de festivales que por suerte se dedico a escribir algunos libros que "hicieron más ingenuos a los ingenuos, más inteligentes a los inteligentes, y que dejaron indiferentes a varios millones".

Nunca voy al cine

A las diez en punto de la noche estaba frente al portal de la casa de Rita Malú, y un mayor­domo muy alto le cerraba el paso. Dijo Pampanini:

-Soy uno de los invitados.

-¿Por qué uno?

-¿No hay otros?

-Ande, pase.

Avanzó por un pasillo, cruzó un pequeño sa­lón y, a medida que iba siendo introducido (es un decir, porque el mayordomo había desapare­cido) en una intrincada red de estancias, fue ca­yendo en la cuenta de que aquél era el tipo de sitio en el que uno sabe que, en cualquier mo­mento, le van a dar un susto. Y así fue. De pron­to chirrió una puerta y, abriéndose sola, dejó ver a Rita Malú que estaba apoyada en una li­brería y se alisaba sus largos guantes impolutos como el marfil.

-Me alegro de haber venido —dijo él, apro­ximándose a la anfitriona.

-Yo también —dijo ella.

-Pero, ¿no es ésta su casa?

-Ande, suba.

Subieron por una escalera de caracol al terra­do de la casa. Allí estaban varios grupos de invi­tados. Había también farolillos rojos, un piano y cierta alegría. La vista era espléndida, pero Pampanini sintió cierto vértigo y, además, ya desde la primera presentación, presintió que aquello po­día acabar mal. Mientras dos señoras se arroja­ban pasteles de nata a la cabeza, un americano al que llamaban Glen le confundió con un rea­lizador de cine ya fallecido. Tras un solemne sa­ludo, e indiferente a la batalla de las dos señoras (muy fogosas, romanas probablemente), el ame­ricano felicitó a Pampanini por la extrema belleza de su obra, haciendo especial hincapié en aquella emocionante secuencia en la que una esclava se bañaba desnuda en el Tigris. Pampanini iba a protestar cuando una vieja dama le reprochó el ateísmo de sus primeros films.

-Menos mal que luego se convirtió al catoli­cismo —le dijo la vieja dama.

-Sin duda me confunden con otro —dijo Pampanini.

Glen, el americano, encendió lentamente un cigarrillo. La vieja dama fue en busca de un hombre de notable papada y barriga muy pro­minente, un tal Rossi, al que pidió que tocara el piano. El hombre suspiró, se levantó, tropezó con el pie de Pampanini al pasar, y, sentándose de­lante del piano, inclinó la cabeza, permaneciendo inmóvil durante varios segundos. Luego, despa­cio y muy suavemente, dejó el cigarrillo en un cenicero e inclinó otra vez la cabeza. Así estuvo un buen rato hasta que, por fin, levantando la ca­beza, dedicó su actuación al insigne realizador de cine que tanto les honraba aquella noche con su presencia. Pampanini intervino para aclarar, de una vez por todas, la confusión en torno a su identidad.

-Ese hombre murió hace ya tiempo —dijo Pampanini.

Todos se rieron, e incluso hubo quien, creyén­dola ingeniosa, aplaudió la frase. Entonces, Pam­panini le pidió a Rita que aclarara todo aquel lío.

-Usted puede aclararlo mejor que yo —le dijo ella, como enfadada.

Pampanini fue hasta el piano y, apoyándose en él, dijo con voz firme y serena:

-Me confunden ustedes con un cadáver. Yo soy técnico en caligrafía y trabajo en el Ayun­tamiento. Me llamo Alfredo Pampanini.

De nuevo, risas y aplausos

-No me molestaría nada —continuó él— toda esta lamentable confusión de no ser porque yo, señores, nunca voy al cine. Es más, jamás he pisado una sala de cine en mi vida. Ni tan siquie­ra de niño, cuando estaba de moda pasar los do­mingos en uno de esos oscuros locales. Tenía y tengo siempre la imaginación demasiado ocupa­da como para perder el tiempo sentándome frente a una pantalla a esperar a que aparezcan cua­tro fugaces sombras.

Era cierto. De niño, Pampanini estaba siem­pre tan entretenido en sus solitarios juegos que sus padres nunca hallaron el momento oportuno para llevarle al cine. Pasada la infancia, tampoco sintió nunca la menor curiosidad por entrar en una sala. Siempre que le proponían hacerlo, bus­caba un pretexto, más o menos convincente, para evitarse lo que, para él, no era más que una tor­tura. Sospechaba que el cine era el arte más en­gañoso de todos y el único en el que nunca nada era cierto.

-No logrará engañarnos —dijo la vieja dama—. Pero Pampanini ya se había ido. En un rincón del terrado, Rita estaba presentándole a dos jóvenes amigas. Ambas se llamaban Geno­veva. «No puede ser cierto», pensó Pampanini. Una de ellas, la más guapa, trató de advertirle de cierta amenaza que flotaba en el ambiente y le dijo

-¿No ha visto usted esos pájaros?

Había un número bastante elevado de pájaros colocados sobre un alambre.

-¿Y qué hay de particular en ello? —dijo él.

Rita le cogió del brazo y le condujo al extre­mo opuesto de la fiesta. Durante el trayecto, le preguntó si era verdad que no le gustaba el cine. Pampanini le dijo:

-Así es. ¿Y sabes por qué? Pues porque en el cine nunca nada es cierto, nunca.

Mientras decía esto, Pampanini no dejaba de girar constantemente la vista hacia el lugar don­de estaban las dos Genovevas. Una de ellas, la menos guapa, le gustaba mucho y estaba pensan­do en entablar una conversación más duradera con ella cuando vio que Glen, el americano, se acercaba furioso a Rita y le recriminaba que hu­biera tan poco alcohol en la fiesta.

-¿Y para qué quiere usted beber tanto? —terció Pampanini.

-Para marearme.

-¿A mí?

-Ande, siéntese.

Glen le acercó una silla y Pampanini, que no se atrevió a negarse, se sentó en ella. Aún no se había recuperado de su sorpresa cuando, con mayor sorpresa todavía, vio como de una espec­tacular bofetada Glen le cruzaba la cara a Rita.

Como nunca había visto nada parecido, se que­dó pasmado. No puede ser cierto, se dijo. Glen huyó por los tejados y Rossi emprendió su persecución. Poco después, Rossi perdió pie al saltar de un tejado al otro y resbaló. A punto ya de caer, logró agarrarse del canalón del tejado y su som­brero cayó al abismo. Algunos invitados rieron como enloquecidos. No, no puede ser cierto, se dijo Pampanini. Y siguió allí sentado, literalmente pasmado.

martes, 24 de mayo de 2011

The Strokes - Antes del Fin


Uno a veces puede ponerse repetitivo. En este blog pasó con los Strokes. Cuando le pedí a JPS el texto para este compilado, me dijo lo que suponía: que todos habíamos escrito ya sobre los Strokes o incluso citado a otros que lo habían hecho mejor. Por consiguiente, para qué intentar decir algo si ya está todo dicho.

Ahora sólo me quedo con la posibilidad de que la banda se disuelva, según se desprende de una nota publicada recientemente por una revista de música. Allí, el bajista Fraiture dice algo así como que “la comunicación en el seno del grupo se fue a pique”, lo que a simple vista resultaría tan inapelable como el argumento que utilizó Tweedy para echar a Bennet de Wilco.

Por si eso pasa -y como en LSTM somos precavidos-, acá tenemos este compilado, uno más que podrían haberse hecho entre tantos. Lo sé: todos tenemos ya los cuatro discos. Sin embargo, puede servir.

Take it or leave it.


Primera parte

1 you only live once
2 under cover of darkness
3 the modern age
4 reptilia
5 taken for a fool
6 ask me anything


Segunda parte

7 last night
8 under control
9 someday
10 take it or leave it
11 the end has no end
12 life is simple in the moonlight





EM.

lunes, 23 de mayo de 2011

Lin Shu y Dios


Los improbables lectores de Los Sentimientitos sabrán que los redactores de este blog sentimos especial admiración por el rostro de Monica Vitti, las películas americanas de Fritz Lang (como olvidar Scarlet Street, The Big Heat o The Blue Gardenia), los discos de The Soft Boys y la obra de Jorge Luis Borges. Me veo en la obligación de agregar a este selecto grupo al chino Lin Shu.

Lin Shu fue un escritor de notoria fama entre sus lectores, y quizás el primero en su país en imponer el género literario de la novela, con más de 150 obras publicadas. Su particularidad y su grandeza radica en que siempre trabajo bajo seudónimo, seudónimo que cambiaba una y otra vez, de acuerdo a un capricho sin lógica aparente, con el único fin de ocultar su identidad ante el gran público lector chino.

Nacido en 1852, Lin Shu permaneció alejado de la literatura hasta el fallecimiento de su esposa, hecho que lo sumergió en una gran depresión. Fue entonces que recibió la visita de un amigo, Wang Shouchang, recién llegado de Francia. Souchang era un ávido lector y relató entusiasmado a su amigo el argumento de La dama de las camelias. Apenas terminado el relato, Lin Shu se sentó a escribir su primera novela: La dama de las camelias. Desde entonces y hasta el final de sus días, fueron pasando por su casa amigos que llegaban de países lejanos con historias maravillosas que harían alcanzar a Lin Shu la gloria literaria. Su bibliografía está plagada de clásicos inolvidables. Algunos de los títulos más celebrados de Lin Shu son David Copperfield, Robinson Crusoe, Los viajes de Gulliver, Cartas persas y Estudio en escarlata.

Sobre el Don Quijote de Lin Shu escribe en su diario Ricardo Piglia: La primera traducción al chino de Don Quijote fue obra del escritor Lin Shu y de su ayudante Chan Jialin. Como Lin Shu no conocía ninguna lengua extranjera, su ayudante lo visitaba todas las tardes y le contaba episodios de la novela de Cervantes. Lin Shu la escribía a partir de ese relato, Publicada en 1922, con el título de “La historia de un caballero loco”, la obra fue recibida con gran acontecimiento (…)

Lin Shu no creaba argumentos, los precisaba para darle su forma, su entonación, su alma. Hombres como el ya no quedan. Bernard Shaw ha dicho que todas las cosas vuelven a Dios. Otro poeta no menos célebre afirmo que Dios usa seudónimos para perpetuar sus ideas, aun las que lo niegan; esos seudónimos son los nombres de los hombres que ha creado. Dios (no el Dios moral de los católicos) ha sido Scorsese, Camus y Lennon. Lin Shu ha sido Cervantes, Dumas y Swift. Su operación literaria sea acaso la menos vanidosa de todas. Si Dios es invisible, Lin Shu se propuso serlo y, de alguna forma, lo logro.

JPS

lunes, 16 de mayo de 2011

El futuro llego (hace rato)

Recuerdo haber visto a los White Stripes en vivo. Fue un recital extraordinario. Jack White es lo que los americanos llaman una force of nature. Acompañado por la batería dance rock de su colega Meg, White se sacudió por el escenario durante dos horas y redujo las dimensiones del Luna Park al tamaño de un garaje sucio de Detroit. Fue un recital íntimo y agresivo, ruidoso y armónico. En esa época escuchaba compulsivamente Elephant y comprobé con felicidad que el sonido de la banda es menos la ingeniería de unos productores (aunque hay mucho de eso) que el resultado de horas de ensayo y horas de sillón frente a discos de rock y blues americanos.

En el pasado se esconden las claves para comprender el presente. Los White Stripes encontraron alguna clase de verdad en la música que su ciudad produjo en los 50 y la llevaron a las masas amnésicas que fuman porro y miran MTV. Esta operación mereció por parte de la crítica la etiqueta de retro, aunque quizás (y paradójicamente) no haya música con mayor noción de futuro que la de los Stripes, los Strokes o los Libertines. Si antes de ellos todos estaban llorando el suicidio de Cobain o colgados de la música suicida de Radiohead, el rock estiro su esperanza de vida gracias a estas bandas que re significaron y masificaron (en paralelo con la explosión simultánea de Internet 2. 0) aquello que Lou Reed o Iggy Pop estaban diciendo ya en el 67. Si antes todos sonaban como Nirvana, hoy los Strokes y sus guitarras en corchea están presentes en el sonido de casi todas las bandas del mundo.

Algunos podrán decir que estos grupos vaciaron de contenido el punk; esos conservadores parecen no entender que las diferentes épocas merecen diferentes entonaciones y que, a fin de cuentas, el rock es muy limitado: en esas entonaciones radican las únicas diferencias posibles.

Este compilado de los White Stripes fue elaborado por el Sr Fitarro y lo dejo aqui para su descarga directa.

BAJAR

JPS

martes, 10 de mayo de 2011

Espiritualizado

1. Doctor Pasavento de Enrique Vila Matas

Doctor Pasavento es un libro extremo. Vila Matas es disperso y ama las disgresiones. El protagonista no sabe quién es y los viajes que realiza parecen ilusorios, movimientos falsos que solo se producen en la cabeza de su huidizo personaje principal. La desaparición como acto de resistencia moral constituye la idea central de este ensayo novelado sobre la pérdida del yo en occidente, sobre la lenta disolución del sentido. Aunque de difícil lectura, no dejo de pensar que Vila Matas es lo más interesante que le pasa a la literatura en estos días. Sus libros no ceden ante el argumento, en la ficción como algo separado de la realidad, sino que juegan en el borde de ambas ideas, saboteando la polarización. Nunca falta aquel que lo tilda de demasiado intelectual. Para ellos están las películas de Robert Rodríguez, Torrente 4 en 3d, Jack Ass y, claro, la concha de su madre.

2. Sunset Park de Paul Auster

Paul Auster tiene varias cosas en común con Woody Allen: vive en NYC, le gustan las menores de edad y publica nuevo material todos los años. Como si se tratara de la rutina cultural de la ciudad, Auster entrega en otoño su nuevo libro y, aunque ya nadie espera que sea deslumbrante, todavía tiene un buen número de seguidores y otros que esperamos que vuelva a escribir algunas de las genialidades que escribió hace 20 anos. En ese sentido, Sunset Park es una decepción. Escrito a las apuradas, con el diario del día, Auster tenía personajes y material para armar una buena novela que se esboza pero que no termina de aparecer. La historia está vista de lejos, los personajes están presentados pero no hay escenas que los hagan evolucionar, y uno sabe que para un escritor con el oficio de Auster, Sunset Park fue un trámite en el que su talento no fue puesto a prueba ni por un segundo. Me lo imagino escribiendo de 9 a 2 de la tarde y después entregándose al placer de ser un escritor famoso.

3. Falconer de John Cheever

Falconer es uno de esos libros de prisión, subgénero literario con antecedentes honrosos como El Conde de Montecristo o Papillion (los franceses, siempre los franceses). El protagonista, Farragut, recuerda su vida y las circunstancias que lo llevaron a Falconer mientras se relaciona con los otros presos y con los guardia cárceles, que a pesar de estar del otro lado de la reja son tan prisioneros como los primeros. La novela es menor pero tiene un final extraordinario. La situación última simboliza y encarna a la perfección todo lo que veníamos leyendo y le da un hermoso sentido a la lectura. Cheever escribe de manera vital, honesta, con una capacidad para la digresión admirable en tanto nunca se va por completo del libro. Dicen por ahí que los diarios privados de Cheever son excelentes y ya estoy en campana para conseguirlos.

4. Paris era una fiesta de Ernest Hemingway

El libro tiene un hermoso titulo y otro no menos bello epígrafe. Asi, uno se prepara para su lectura con placer y se encuentra con un conjunto de relatos que van conformando un diario de viaje del propio Hemingway en Paris, en aquel momento invadido por la “generación perdida”, un conjunto de alcohólicos estadounidenses que vivían la experiencia de la pobreza parisina con secreto placer. Cuando Hemingway juega ese rol de “duro pero sensible” y explica su extrema pobreza o su inexplicable afición por las carreras de caballos el libro decae; cuando narra las relaciones entre los otros artistas y sus propias ideas ante ese ambiente se vuelve genial. Por el libro desfilan como personajes Ezra Pound, Francis Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y hasta James Joyce, “que se sienta en los teatros a escuchar las obras porque no ve nada”.

5. Adios a las armas de Ernest Hemingway

Hemingway no es un escritor especialmente imaginativo. O quizás creía erróneamente que para escribir es necesario experimentar los temas y los escenarios a narrar en las novelas. Quién sabe. Sus obras tratan sobre él en Paris, él en la Guerra Mundial, él en África, él en la guerra civil española, etc. El comienzo de Adiós… es fenomenal; allí se ve por fin el famoso “estilo” del que habla Burguess en la biografía sobre el escritor; las oraciones se encadenan regalándole imágenes móviles de extrema belleza al lector. Luego Ernest quiere que sepamos que el sí estuvo en la guerra y narra con detalles y diálogos farragosos ataques, cenas, contraataques, traslados, etc. El libro pierde poder. Como transmitir la sensación de la guerra? La guerra es tan horrible y absurda que no puede ser explicada o puesta en palabras. Hace falta citar de nuevo a Adorno? La verosimilitud o la honestidad literaria no dependen del dato sino de la imaginación. Las mejores escenas de libro se dan cuando el personaje se va del campo de batalla y yace en un hospital o vaga por la frontera suizo-italiana. Conoce a una enfermera inglesa, Catherine, y hablan y se enamoran mientras afuera el mundo se desmorona. A Hemingway le encantaba pasar por duro, y eso quizás haya arruinado parte de sus libros. Hoy su mito es quizás más poderoso que su literatura pero, vamos, la construcción de ese mito es sin dudas la obra de un genio.

6. Bajo este sol tremendo de Busqued

Busqued nació en Chaco en 1970. Luego se fue a vivir a Córdoba y más tarde a Buenos Aires. Escribió una novela, Bajo este sol tremendo, y la presento al Concurso Herralde de Novela. Si bien no gano, su libro fue uno de los finalistas (en un jurado integrado entre otros por Enrique Vila Matas) y Anagrama decidió publicarlo. En la solapa podemos ver una foto suya: tiene una remera de Motorhead. Su libro es, claro, seco y violento. Sus personajes fuman cantidades industriales de marihuana, miran porno y son adictos a History Chanel. Busqued nos corre a la periferia de la literatura y de la Argentina: el libro transcurre en rutas perdidas y despobladas del corazón moribundo de la pampa argentina; sus personajes parecen motivados por una brutalidad banalizada, rayana en lo absurdo. Como un Menos que Cero made in Chaco, el libro tiene algunos huecos de sentido pero termina siendo una obra valiosa porque es autentica y porque hace sentir el vacio sin caer en ese vacío, uno de los grandes retos del arte posmoderno.

7. Rojo y Negro de Stendhal

Cuando Europa tenía algún sentido, antes de su suicidio masivo en Auschwitz, los escritores ingleses eran personas de gran imaginación. A ellos les debemos El Hombre Invisible, Dr Jekyll y Mr Hyde, Frankenstein, entre otras grandes obras fantásticas. Los franceses de aquella época, en cambio, estaban interesados en la política, las costumbres y en la aprehensión de eso que llamamos realidad. Aunque hay excepciones, las grandes obras literarias francesas prescinden de lo fantástico. En Busca del Tiempo Perdido, Madame Bovary, Los Miserables, La Comedia Humana. Rojo y Negro es, en este sentido, una obra maestra francesa. Escrita en 1830, la novela narra las aventuras del inolvidable Julian Sorel. Aspirante a sacerdote menos por fe que por ambición, Sorel es hijo del dueño de un aserradero, un hombre inculto de baja posición. Sorel trata de ascender en una sociedad hipócrita que atraviesa el fin de la monarquía y el surgimiento de la República. El recorrido del personaje está plagado de debates éticos y de discusiones políticas. Como Raskolnikov, Sorel está obsesionado con Napoleón y con la grandeza del individuo que está por encima de toda barrera moral. Este era el gran dilema europeo, que acabaría con nefastas consecuencias. Algunos personajes (Madame de Renal, Monsieur La Mole) son inolvidables y están contados con un grado de detalle que asombra. Quizás la primera parte sea más valiosa que la segunda, en donde el esquema se repite y en la que Stendhal parece haber sido menos riguroso con su prosa. Uno de los temas mas interesantes de la novela es el poder del amor. Los sentimientos estaban mal vistos en la sociedad de la época y el amor parece ser una fuerza revolucionaria, un impulso vital en un continente muerto. Rojo y Negro es un viaje por la decadencia, ese estado que Nietzche y Mann alababan y en donde quizás haya quedado esa idea romántica de Europa que hoy ya no existe.

JPS


viernes, 6 de mayo de 2011

El hombre de Sheffield

Richard Hawley es un hombre reservado. Conoció la fama y el éxtasis como guitarrista de Longpigs y de Pulp pero su alma, o esa esencia que anima los cuerpos y que llamamos alma, permanecía alejada del mundanal ruido del brit pop. Hawley fue desarrollando en paralelo una música secreta e intima, creada para acompañar el silencio de una habitación, inspirada en los crepúsculos sombríos de Sheffield. Estas grabaciones permanecieron ocultas hasta una tarde en la que Jarvis Cocker, amigo personal de Richard, escucho las cintas y lo animo a publicarlas. Es fama que algunos escritores sintetizan la sucesión caótica de la vida en un conjunto de escenas que se suponen decisivas para el individuo. Alguien ha afirmado que la secreta misión de un hombre olvidado del siglo XVI fue inspirar en Shakespeare el argumento de Hamlet. Podemos decir, entonces, que aquella tarde en Sheffield fue trascendental para la vida de Hawley, que poco más tarde comenzaría su asombrosa carrera solista.

En algún momento de su extraordinario disco Cole’s Corner (homenaje a una calle de su amada ciudad) Hawley lanza esta sentencia: i am wading through the waters of my time. Más allá de su belleza, las aguas del tiempo, la frase es perfecta para describir la extemporaneidad de su música. Los experimentos ominosos de Mercury Rev, las grandes orquestas de Sinatra, las composiciones folk americanas, en su música todo se combina y se aleja de eso que llamamos mainstream. Su voz grave sobrevuela canciones que, en una época menos banal, serian clásicos inmediatos. Como todo ingles, Hawley admira con culpa la cultura americana, a John Steinbeck y a The Velvet Underground. Su música armoniza este espíritu vanguardista con la insularidad clásica inglesa y logra momentos de una belleza solitaria, silenciosa.

El Sr Fitarro ha compilado su obra y yo la dejo para su descarga directa. Si alguna vez (en sueños o en la endeble realidad) viajan a Sheffield, es recomendable estar escuchando este punado de canciones que invitan a la armonía, esa dama esquiva.

BAJAR

JPS

domingo, 1 de mayo de 2011

Coldplay - La Polémica



A fines del año pasado, para esa época conocida como “las fiestas”, tenía pensado subir este compilado de Coldplay que, sugestivamente, iba a llamarse “Felicidades”. Después, la atención de algunos asuntos personales (una mudanza, por ejemplo) impidió la concreción de la tarea. Hoy rescato esta lista de temas de un cajón y la publico definitivamente, bajo el título mucho más coherente de “La Polémica”.

La duda es la jactancia de los intelectuales.




1 don’t panic

2 a message

3 sparks

4 the scientist

5 lovers in japan

6 square one

7 warning sign

8 the hardest part

9 twisted logic

10 everything’s not lost





EM.