Escribir sobre los 113 Vicios únicamente en términos musicales es, creo, una injusticia. También sería reduccionista analizar su obra (breve pero imperecedera) en términos regionales, analizando al grupo sólo como un producto de Comodoro Rivadavia, la ciudad de la que provienen. 113 Vicios es una de las más trascendentes expresiones artísticas que ha dado nuestra ciudad, y cabe decir que el secreto de su éxito radica no en su localismo sino, justamente, en su capacidad para trascender esto mediante letras que tienen mucho de existenciales. En el primer tema de su primer disco, el glorioso Esta Noche, Titín Naves canta:
Esta noche es como si se abrieran las
eternas puertas de esta prisión.
Esta imagen, la idea de sentirse encerrado en el horror de lo cotidiano, funciona en cualquier latitud, como lo ha demostrado largamente el arte de nuestro siglo. Sin embargo, los paisajes de Comodoro Rivadavia, áridos y de una hostil belleza, se sienten en la música de los Vicios, no de manera manifiesta sino casi como un fuera de campo cinematográfico, como un elemento tácito que no hace falta evidenciar.
Su sorprendente primer disco, Crudo, ha permanecido incólume a la erosión del tiempo y aún hoy suena moderno y vigente, incluso en comparación con algunas bandas contemporáneas que intentaron hacer algo similar. La lista de canciones es impresionante: Relación Guerrillera, Roca que rueda, Pagar para Ver, Botellas, Esta Noche... Editado en 1994, el disco también parece ser un testimonio contradictorio con la coyuntura de fiesta menemista que se vivía en nuestro país y en nuestra ciudad, y quizás eso explique la relativa indiferencia con la que fue recibido en su momento. El disco no es festivo ni celebratorio, aún cuando tiene sus momentos de rock and roll ricotero se percibe un profundo pesimismo ante lo que se avecinaba. No quedan dudas que el tiempo le ha dado la razón a los Vicios: hoy uno pude encontrar en sus recitales tanto a hijos de empresarios y profesionales como a trabajadores del petróleo y gente que ha encontrado en su música y sus letras una conexión con una realidad que cuesta comprender.
El segundo disco de la banda, el famoso Disco Negro (1998), ya desde la tapa comienza a reflejar la oscuridad de sus letras y su música. Una tragedia en el seno de la banda parece marcar un paralelo exacto con la realidad. Mientras por fin todos advertían que un nuevo proyecto nacional se iba al caño, la banda parecía hundirse en sus propios vicios, como si hubiera que pagar un costo por la lucidez. En el tema más directo del disco, Amargo (que suena a los Smiths), la cuestión se hace explícita:
Mi generación fue vomitada hacia la nada
Pero yo no creo en nada, ni en los besos de la muerte
No es nada fácil decir esta clase de cosas y ser creíble, pero hay sin embargo en los Vicios, y sobre todo en su cantante, Titín Naves, un elemento muy auténtico, algo que logra que creamos todo lo que dice. De algún modo, él es la encaranción perfecta de esa idea que transmiten los Vicios, esa vigorosa decadencia, como alguien que avanza penosamente contra el feroz viento del Sur, de pie y hacia adelante, a pesar de todo.
En el Disco Negro los sonidos de Crudo de amplifican, la banda entra en terrenos desconocidos, agrega nuevos instrumentos sin perder su identidad. Todo suena despojado y triste, las drogas parecen intentar una evasión imposible a la que le sale el tiro por la culata, como si la realidad, por el contrario, se hiciera más oscura. Los tiempos no eran buenos y los Vicios lo entienden. Hay una idea de derrota asumida, en Veneno de Muerte Lenta, el precioso cierre del disco, parecen admitirlo:
Me vieron caer los que hacharon mi bosque
Con un veneno de muerte lenta
Busco un sueño que he perdido
Tras un recital con Palo Pandolfo en el Teatro Español, en el 2000 los Vicios colmaron el club Huergo. No creo que ninguno de los que estuvieron allí hayan imaginado que ese sería el último. Como este artículo no pretende entrometerse en asuntos personales, sólo diremos que la banda inició un largo y silencioso retiro de siete años, que de algún modo coincidió con el crack nacional, con esa idea de tocar fondo para tratar de comenzar de nuevo. Esta inactividad, de todos modos, sirvió para liquidar la realidad de la banda y dar pie a la mitología, a los falsos rumores, mecanismo que hizo crecer la estatura del grupo, fomentado todo esto por un puñado de canciones que no han perdido un ápice de vigencia.
Alguien ha dicho que el éxito y el fracaso son dos impostores que el artista no debe escuchar. Si en algún momento alguien esperó escuchar a los Vicios en la FM Hit (como efectivamente sucedió) estaba subestimando la importancia de la banda. Su éxito no radica en su capacidad para vender más o menos discos sino en que nuevos fans se conectan con su música, en que nuevos músicos los reconocen como influencia.
En 2008 dieron un emotivo recital de reencuentro en el club Huergo, como para cerrar el círculo, donde la gente coreaba cada uno de sus temas. Abrieron con el impresionante Esta Noche y la gente deliraba y sacudía el piso del lugar. También dieron, el año pasado, un recital en el Teatro de La Plata, invitados por el productor y músico de la escena indie, el comodorense Shaman Herrera, acompañados por los ascendentes Sr. Tomate. El lugar estaba lleno de estudiantes universitarios de la ciudad y de Capital Federal que viajaron especialmente para la ocasión. La emoción de los músicos era evidente al ver las banderas y los cánticos que reconocían la trayectoria del grupo.
Con motivo del reciente fallecimiento de Marcos Azocar, saxofonista y miembro fundador del grupo, me pareció justo escribir este breve homenaje a una banda que, además de ser genial, nos puede ayudar a encontrar la identidad de una ciudad que parece haberla perdido.
Esta noche es como si se abrieran las
eternas puertas de esta prisión.
Esta imagen, la idea de sentirse encerrado en el horror de lo cotidiano, funciona en cualquier latitud, como lo ha demostrado largamente el arte de nuestro siglo. Sin embargo, los paisajes de Comodoro Rivadavia, áridos y de una hostil belleza, se sienten en la música de los Vicios, no de manera manifiesta sino casi como un fuera de campo cinematográfico, como un elemento tácito que no hace falta evidenciar.
Su sorprendente primer disco, Crudo, ha permanecido incólume a la erosión del tiempo y aún hoy suena moderno y vigente, incluso en comparación con algunas bandas contemporáneas que intentaron hacer algo similar. La lista de canciones es impresionante: Relación Guerrillera, Roca que rueda, Pagar para Ver, Botellas, Esta Noche... Editado en 1994, el disco también parece ser un testimonio contradictorio con la coyuntura de fiesta menemista que se vivía en nuestro país y en nuestra ciudad, y quizás eso explique la relativa indiferencia con la que fue recibido en su momento. El disco no es festivo ni celebratorio, aún cuando tiene sus momentos de rock and roll ricotero se percibe un profundo pesimismo ante lo que se avecinaba. No quedan dudas que el tiempo le ha dado la razón a los Vicios: hoy uno pude encontrar en sus recitales tanto a hijos de empresarios y profesionales como a trabajadores del petróleo y gente que ha encontrado en su música y sus letras una conexión con una realidad que cuesta comprender.
El segundo disco de la banda, el famoso Disco Negro (1998), ya desde la tapa comienza a reflejar la oscuridad de sus letras y su música. Una tragedia en el seno de la banda parece marcar un paralelo exacto con la realidad. Mientras por fin todos advertían que un nuevo proyecto nacional se iba al caño, la banda parecía hundirse en sus propios vicios, como si hubiera que pagar un costo por la lucidez. En el tema más directo del disco, Amargo (que suena a los Smiths), la cuestión se hace explícita:
Mi generación fue vomitada hacia la nada
Pero yo no creo en nada, ni en los besos de la muerte
No es nada fácil decir esta clase de cosas y ser creíble, pero hay sin embargo en los Vicios, y sobre todo en su cantante, Titín Naves, un elemento muy auténtico, algo que logra que creamos todo lo que dice. De algún modo, él es la encaranción perfecta de esa idea que transmiten los Vicios, esa vigorosa decadencia, como alguien que avanza penosamente contra el feroz viento del Sur, de pie y hacia adelante, a pesar de todo.
En el Disco Negro los sonidos de Crudo de amplifican, la banda entra en terrenos desconocidos, agrega nuevos instrumentos sin perder su identidad. Todo suena despojado y triste, las drogas parecen intentar una evasión imposible a la que le sale el tiro por la culata, como si la realidad, por el contrario, se hiciera más oscura. Los tiempos no eran buenos y los Vicios lo entienden. Hay una idea de derrota asumida, en Veneno de Muerte Lenta, el precioso cierre del disco, parecen admitirlo:
Me vieron caer los que hacharon mi bosque
Con un veneno de muerte lenta
Busco un sueño que he perdido
Tras un recital con Palo Pandolfo en el Teatro Español, en el 2000 los Vicios colmaron el club Huergo. No creo que ninguno de los que estuvieron allí hayan imaginado que ese sería el último. Como este artículo no pretende entrometerse en asuntos personales, sólo diremos que la banda inició un largo y silencioso retiro de siete años, que de algún modo coincidió con el crack nacional, con esa idea de tocar fondo para tratar de comenzar de nuevo. Esta inactividad, de todos modos, sirvió para liquidar la realidad de la banda y dar pie a la mitología, a los falsos rumores, mecanismo que hizo crecer la estatura del grupo, fomentado todo esto por un puñado de canciones que no han perdido un ápice de vigencia.
Alguien ha dicho que el éxito y el fracaso son dos impostores que el artista no debe escuchar. Si en algún momento alguien esperó escuchar a los Vicios en la FM Hit (como efectivamente sucedió) estaba subestimando la importancia de la banda. Su éxito no radica en su capacidad para vender más o menos discos sino en que nuevos fans se conectan con su música, en que nuevos músicos los reconocen como influencia.
En 2008 dieron un emotivo recital de reencuentro en el club Huergo, como para cerrar el círculo, donde la gente coreaba cada uno de sus temas. Abrieron con el impresionante Esta Noche y la gente deliraba y sacudía el piso del lugar. También dieron, el año pasado, un recital en el Teatro de La Plata, invitados por el productor y músico de la escena indie, el comodorense Shaman Herrera, acompañados por los ascendentes Sr. Tomate. El lugar estaba lleno de estudiantes universitarios de la ciudad y de Capital Federal que viajaron especialmente para la ocasión. La emoción de los músicos era evidente al ver las banderas y los cánticos que reconocían la trayectoria del grupo.
Con motivo del reciente fallecimiento de Marcos Azocar, saxofonista y miembro fundador del grupo, me pareció justo escribir este breve homenaje a una banda que, además de ser genial, nos puede ayudar a encontrar la identidad de una ciudad que parece haberla perdido.
Escrito para el nuevo laburo de DS, que ahora es pro.
JPS (les dejo un compilado de la banda, garpa bocha)
3 comentarios:
bajandoooo
el breve pero destacado homenaje permitió que los conozca. estuve oyéndolos y suena de pelos. muchas gracias.
para eso estamos
lstm
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