El 11 de enero de este año falleció Eric Rohmer. Confieso que hasta aquel momento no había visto nada suyo. A las pocas semanas baje y vi con estupor la monumental L'amour l'après-midi, que me dejo impactado durante semanas. Es muy difícil llegar a ese punto en el que un artista logra desde la sencillez una total complejidad; Belle Toujours de Manuel de Oliveira puede llenar ese formulario sin problemas. A los pocos meses el FestiFreak organizo una retrospectiva de Rohmer en 35 mm (por cierto, gran idea) y vi de manera consecutiva 6 películas suyas, todas iguales, lidiando con la vida de unos personajes que vacacionan o trabajan rutinariamente, viviendo un ocio abúlico, indiferente a esa cosa llamada realidad; la tragedia de la vida privada en un mundo en el que todo tiende a lo público.
El cine americano actual, en mi humilde opinión, tomo el glorioso estilo de los ochenta (y su homenaje-parodia del cine clásico) y lo refrito con más semen y mas marihuana, llevando lo implícito al plano de la obscenidad. Las películas de Judd Appatow solo sirven para pasar el rato y son un aceptable entretenimiento (en algunos casos), pero no tienen valor real, o por lo menos no el valor que le adjudican algunos críticos trasnochados que buscan desesperadamente la obra maestra. Está claro que hay un cambio generacional en los personajes principales (que se animan a fumar marihuana y a acostarse con menores de edad) pero, en palabras de Borges, no hay nada nuevo en ellos excepto sus novedades. Se trata del código de la televisión entrando en el cine por el atractivo que genera la clase trabajadora americana (los white trash) en el publico de esa clase, que se osberva en un espejo idealizador. En el momento en el que la película puede enrarecerse, puede asumir un rol importante como obra de arte, notamos como la línea baja lentamente sobre la pantalla y lo machista y conservador se apodera de aquello que vemos, revelando como falso todo lo anterior. Los Rompebodas o Virgen a los 40 son buenas películas, seguro, pero me niego a creer que hay una nueva comedia americana sino un grupo de buenos comediantes (cuya epica rat pack atrae al espectador promedio) que encarnan estereotipos de lo que se supone es un hombre actual; sobre el final no ha surgido ni una idea nueva en ellos (ni en el espectador).
Sin embargo, surge la posibilidad de ver Greenberg un sábado a la noche y quedarte pensando un buen rato. Toda obra de arte debe estimular el pensamiento y lo interesante de la película es que, a diferencia de otras obras indie como Juno o 500 días sin ella, no pretende usar la cultura pop como trampolín para formar parte de ella sino que observa a sus personajes sin que importe que libro leen o que disco de Television les gusta más. Los personajes de Greenberg tienen una neurosis que uno siente como real, contemporánea; la película no juega el falso juego de la nostalgia sino que se pregunta si el presente tiene algún sentido. Greenberg no encaja porque no cree del todo en el camino de la sociedad, porque percibe que sus estructuras son falsas; eso lo enferma y lo vuelve un sujeto huraño al que los demás (cómodos en su rol de ciudadanos burgueses) miran con cierto extrañamiento. La película no merecía el final que le dieron (aunque vale decir que esta contado con mucho encanto). En Greenberg resalta algo simple: la representación valida de un momento del mundo, con personajes (sobre todo el femenino) que tienen más que ver con lo real que con lo ya representado. Hollywood parece tomar su inspiración no de aquello que sucede en la calle sino de aquello que ya sucedió en las películas. Películas como estas son una bocanada de aire fresco.
El cine arte -que exista categoría es todo un síntoma- parece dividirse entre aquel que busca la libertad del lenguaje en un mundo opresivo y otro que refleja esa opresión. Hay que decirlo: el cine se encuentra en una suerte de encrucijada. En el mundo no se filma lo necesario, lo que debe ser contado, se filma TODO, y el séptimo arte está intentando adaptarse a esa circunstancia. Como eje del cine de libertad tenemos al filipino Api Weerasethakul (que este ano gano en Cannes la Palma de Oro) cuyas imágenes logran un efecto de extraño placer. Este corto es la prueba cabal de su enrarecido talento. El cine de la opresión tiene varios exponentes pero comienzo a creer que lo post moderno es casi un despropósito que termina revelándose como apolítico, conservador y, sobre todo, inútil. Repitiendo nuevamente la frase de Tony Wilson en 24 Hours Party People, “nada inútil puede ser verdaderamente bello”. Amen.
Y en el medio de todo eso (aunque vale decir que el medio es el único lugar que no existe) vino Belle and Sebastian y cerro con esta hermosa canción que propone no mirar atrás. Como Dylan en las pelis.
3 comentarios:
me encanta gentil
la lucidez siempre ahi
keep on posting
ds
me encanta gentil
la lucidez siempre ahi
keep on posting
ds
lo hare, ds. gracias. nos vemos pronto para ver alguna perversion de fassbinder. abrazo de gol.
jps
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