miércoles, 9 de septiembre de 2009

La Resistencia: algunos consejos útiles para combatir al Sistema

1.

Hace unos días vi Wall Street, película de Oliver Stone protagonizada por Charlie Sheen y Michael Douglas. La situación que inspiró la película parece ser la misma que llevó a Tom Wolfe a escribir La Hoguera de las Vanidades: el asombro de un intelectual ante la aparición de los yuppies, esa raza muy NYC de mediados de los ochenta cuya particularidad era la completa ausencia de valores morales y el afán por el dinero, entendido éste como un ente abstracto que mide la grandeza de los hombres. El mejor momento de la película se da en un monólogo que Douglas le lanza al joven aspirante a millonario:

Esto es capitalismo. Tomas un objeto y le agregas una ilusión. Luego no vendes el objeto, porque no vale nada. Lo que vendes es la ilusión. Por la ilusión la gente está dispuesta a pagar millones.

2.

El filósofo e intelectual alemán Peter Sloterdijk editó en el 2007 el libro El Mundo en el Interior del Capital. Una de sus frases más memorables es la siguiente:

El capitalismo implica el proyecto de trasladar la vida entera de trabajo, deseo y expresión de los seres humanos a la inmanencia del poder adquisitivo.

3.

Es cada vez más común escuchar a alguien hablando de la post-modernidad. La postmodernidad ha pasado a ser la caja donde todo el mundo pone su basura. Si a una persona la ha invadido la abulia, si tiene problemas para dormir, si no encuentra nada que lo haga feliz, el diagnostico parece ser simple (y simplista): está sufriendo en carne viva la post-modernidad.

La post-modernidad es la incapacidad del hombre para modificar la historia. Uno observa azorado una lamparita y la enciende y la apaga con un botón. Luego comprueba con horror que si el mundo se acabara, uno seria incapaz incluso de hacer una buena fogata.

Ayer vi en un noticiero la gigantesca marcha que realizaron en Gualeguaychù los ciudadanos que están en contra de Botnia. Lo gracioso y lo triste del caso es que la papelera de todos modos está ahí, funcionando sin mayores interrupciones. No importaron las marchas, las manifestaciones, las protestas: una empresa finlandesa que recicla papel puso su sucursal en un remoto país sudamericano, uruguei. Lo mismo pasó con la invasión a Irak. Millones de personas decidieron juntarse en cada capital del mundo a protestar contra el avance militar americano en Medio Oriente. ¿Qué pasó? Nada. Bush y sus cowboys pasados de merca entraron a un ex país aliado y se apoderaron de su petróleo.

Esos fracasos marcan la tónica de la época. No hay revolución que le gane a la empresa. La moral del dinero (que combina capitalismo, tecnología y poder) parece haber acabado con la Historia para llevar al mundo en línea recta hacia su propia deshumanización.

4.

Hace poco hablaba con un amigo sobre la vida de tipos como Norman Mailer, Raymond Chandler, George Orwell o John Ford, representantes de esa inteligencia dura como el roble, común en los artistas nacidos a principios de siglo XX o finales del siglo XIX en Estados Unidos e Inglaterra. Estamos hablando de personas que estuvieron en las trincheras, que lucharon y sintieron el barro de la guerra, esa tierra primordial donde se revelan los hombres. Tipos que combatieron a los nazis y luego, ya ganada la batalla, volvieron a sus vidas y fueron gerentes de un banco o empresarios agropecuarios, sin secuela psicológica alguna. En Vietnam o Malvinas o en Guantánamo, en cambio, los soldados parecen haber perdido toda cordura, transformándose en patéticas víctimas o en crueles victimarios.

¿Por qué?

Creo que los viejos combatientes de las guerras mundiales (aunque no hay una guerra que no involucre al mundo entero) sentían que su lucha era justa y necesaria, y ese sentimiento los unía y los volvía una sola cosa. Si bien la guerra tuvo sus causas económicas y fue casi una forma de reorganizar la política global, había un sentido de camaradería en la disputa contra esos villanos perfectos que eran Hitler y su pandilla de nazis. El cine lo ha reflejado bien: el glorioso final de Paths of Glory (la mejor película de Kubrick) o el conmovedor compañerismo de los soldados de They Were Expendable de Ford ponen el foco en esa sensación de formar parte de algo más grande que cualquier individualidad, algo que de algún modo vuelve eternos a todos los combatientes: la lucha humana por la libertad.



Aún cuando haya sido usados, aún cuando la victoria no haya servido más que para plantear un sistema igual de perverso, la fe de los soldados en el ideal por el que luchaban esconde una de las causas del aplastante triunfo aliado.

Pero el tiempo lo degrada todo, y la única guerra que tendría sentido (la de los pobres contra los ricos) es la única que no se hace, sólo porque los últimos no tienen ninguna chance de ganar. En Vietnam o en Malvinas nadie sabía por qué se combatía, o contra quién, o con qué fin. Lo mismo puede decirse de Irak: el enemigo no era una nación sino un conjunto de empresarios. En las guerras primó la lógica del dinero. Disputas financieras se libran en campos de batalla donde la sangre tiene el color verde del dólar. Nadie gana en esos casos, excepto los dos o tres principales accionistas de la Standard Oil y todas las empresas que viven de esos rostros anónimos y casi orwellianos. No hay identificación nacional en los conflictos, apenas una endeble propaganda que une menos por amor que por espanto. ¿El resultado? Una generación de dementes drogadictos amontonando árabes en una cárcel del Pacífico, un taxista sociópata manejando por las calles de una urbe decadente, ex soldados viviendo una vida que de algún modo se quedó en unas remotas islas del sur. En el propio Kubrick se puede notar el cambio de visión: aunque nunca fue un belicista, en la mencionada Paths Of Glory hay decencia en el personaje de Kirk Douglas y enorme nobleza en los soldados. En Full Metal Jacket, en cambio, jóvenes promisorios son convertidos en máquinas asesinas y libran en Vietnam una batalla contra su propio instinto devorador.

No hay guerra que no haya surgido por intereses económicos. Pero el sentido de la justicia y del honor engalanaba la batalla, dándole proporciones épicas. El dinero por el dinero mismo parece haber acabado con eso. Si la historia era tragedia, hoy se repite como farsa.

5.

¿Qué es el dinero? El dinero es un Dios al que podemos adosarle nuestro rostro. El cielo en la Tierra, a un precio módico. Un juego algo estúpido, claro. No hay por qué creer que un tipo maneja miles de millones de dólares con más cordura que la que uno aplica para manejar su magro sueldo. Sloterdijk dice que el capitalismo es un juego de deudas por saldar, que exigen más beneficios, y a su vez más gastos, y así más deudas que saldar; y más expansión. Un fucking círculo vicioso que encontró en la globalización a su máximo aliado. El plan ha salido a la perfección: el mundo es un lugar en el que nadie puede esconderse.

¿Quién podría aún mantener la defensa de los soldados americanos que, con intención criminal contra un pueblo, enviaron al campamento de sus enemigos indios mantas de lana infectadas de viruela? ¿Quién podría defender a los comerciantes de seres humanos, a quienes se les echaba a perder a veces un
tercio de la mercancía en transportes transatlánticos de reses humanas? ¿Quién asumiría la defensa de Leopoldo II de Bélgica, que había convertido su colonia privada, el Congo, en el "peor campo de trabajos forzados de la Edad Moderna" (según una expresión de Peter Scholl-Latour), con diez millones de masacrados? (...) Entretanto, la tribunalización del pasado ha alcanzado a la época heroica de la globalización terrestre en su totalidad. El dossier de la Edad Moderna se nos presenta como una gigantesca acta de acusación frente a incorrecciones imperiales, abusos y crímenes, y el único consuelo que transmite su estudio es la idea de que esos hechos y malechos se han vuelto irrepetibles. Quizá sea la globalización terrestre, como la historia universal en general, el delito que sólo se puede cometer una vez.


Estamos jodidos.

Dios vino con un conjunto de reglas. El dinero no. Y el paradigma ha cambiado: no se trata ya de ganarse la vida sino de ganarse el estatus que compra pequeñas parcelas de un Cielo hecho a base de ilusiones terrestres. Quizás yo y la clase de imbéciles que leen este blog seamos unos mediocres anti materialistas, pero créanme, allá afuera hay gente loca que va temprano a la facultad para estacionar el auto en la puerta y exhibir el Audi del padre.

Peligro: me gustaría tener un Audi.

Creo que la mejor definición del dinero la encontramos en la pobreza. La pobreza es la última discriminación, la más inhumana de todas. Ya no hay negros ni judíos ni sudacas: hay pobres. La asunción de Obama es el punto cúlmine de este paradigma. Obama no es negro: es un puto millonario. Los pobres se enfrentan a una discriminación anónima y cruel: nadie se los dice en la cara, pero del otro lado de una vidriera intuyen que alguien los está dejando afuera de algo.

6.

En la película Sullivan´s Travels de Preston Sturges, un personaje lanza esta fabulosa frase:

"La pobreza no es igual a falta de riqueza. Por el contrario, es la tenencia de una enfermedad, una peste, violenta en si misma y contagiosa como el cólera. Miseria, criminalidad, vicio y desesperación son sus síntomas".

7.

No he querido en este post criticar la frivolidad de determinadas clases sociales o, mucho menos, envidiar los millones de una persona que ha ganado su dinero honradamente. Muchos hombres ricos son admirables, y no todos los pobres son dignos de respeto. En el fondo de todas las billeteras se esconde la foto de un humano.
El punto central del post es señalar horrorizado que la Historia se compra con un dinero que nadie puede tener jamás, y que la protesta pacífica de los 60´ya no tiene ningún poder real de cambio.

El dinero no me interesa, odiaría tener dos contadores o tres abogados, el sólo hecho de compartir un ascensor con alguno de ellos me incomoda. Mi rol de lúcida clase media me hace feliz. Lo que me interesa es la Historia, y se me está yendo de las manos. ¿Desde qué lugar se la puede modificar? ¿Cuál es la estrategia adecuada?
En principio, la consigna es mantener la dignidad. El sujeto que comunica tiene su credibilidad como valor principal. Si la pierde, todo se va directo al caño. Quiero decir: me puedo desnudar en calle 7 y levantar un panfleto que lance una consigna, y seguramente mucha gente me prestará atención (incluso vendría el Discovery Chanel, supongo). Pero todos enfocarán mi torneado trasero y la consigna pasará inadvertida. ¿Qué decía el cartel de Evangelina Carrozo? Ni idea.

Creo que lo mejor sería aplicar la técnica, perdón por la analogía, del orégano en el incisivo. Tendría que usar la figura de una mujer pero, por respeto a las chicas que llegaron hasta acá (de las que ya estoy enamorado), voy a usar a un hombre como ejemplo. Imaginen a un sujeto muy atractivo, con la sonrisa inmaculada, un irresistible perfume y un traje Armani. El tipo no sólo es muy fachero sino que además tiene dinero y se declara fanático de Galaxie 500. De golpe, cuando va a lanzar su sonrisa del millón de dólares, un oscuro, intrusivo y horrendo orégano ocupa el 40 por ciento de su diente superior frontal, el incisivo. Su dentadura es blanca y perfecta, pero esa mancha negra parece absorber como un pozo negro toda su energía. La gente se sobresalta y todos buscan la manera menos ofensiva de comunicarle la noticia al ahora no tan atractivo galán.

El punto es que debemos aspirar (culturalmente, claro) a ser ese orégano. Solía pensar que, en un mundo donde todos buscan resaltar de alguna manera, la invisibilidad era la mejor forma de resistencia. Trazar un hueco en la realidad, dejar un vacío, una idea que copié de Paul Auster y sus antihéroes posmo. Pero luego Paul Auster comenzó a parecerme un autor sobreestimado y comprendí que las verdaderas guerras se libran en los medios. Y pienso que tendremos que tener la inteligencia suficiente para ser populares manteniendo la integridad y la libertad de opinión, cualquiera sea la rama a la que uno se dedique. No me interesa hacer una película que sólo vea un público especializado que ya sabe de antemano aquello que pretendo comunicar. No me interesa tener una banda que sea fervorosamente alentada por mis amigos o los amigos de mis amigos. No me interesa publicar una revista que le llegue a un público que está en el ambiente. La Historia no está ahí.

Fracasar no me preocupa. Ya lo dijo Carlyle (a quien he citado miles de veces): todo acto humano es deleznable, pero su ejecución no lo es. Es decir, el mero intento nos hará dignos.

Se puede caer en dos ideas: Rage Against the Machine o Los Redondos. Rage Against the Machine ofreció su forma para establecer su contenido. Pero como forma y contenido son una sola cosa, la banda terminó siendo funcional al sistema que combatía. Los Redondos, la más hermosa excepción de la historia del rock, mantuvo todo según sus reglas y terminó engalanando las paredes de todo el país. Son sólo un memorable ejemplo. Fassbinder podría ser otro.

Resumiendo (aunque es tarde para decir esto), hay que ir allí donde la Historia avanza. Mi aporte es este.

Nos vemos en la lucha.

JPS

2 comentarios:

Anónimo dijo...

buena, vieja

Anónimo dijo...

te comento con un post

http://www.larevistadehank.com.ar/?p=1045