miércoles, 2 de junio de 2010

Divididos para la felicidad


En un Plaza rumbo a Capital, conversando con EHEB sobre Ricardo Fort y su Bentley de 770.000 dòlares que al presionar un botón entrega una bandeja de caviar, comenzamos a teorizar sobre la imagen que el televisor les devuelve a las personas, una ilusión invertida que se vuelve real, tanto como para que muchos comiencen a deformarse hasta perder todo rasgo característico. La televisión es como el Dr. Frankenstein de la novela de Shelley, solo que en lugar de amar a su criatura (como en el texto original) se burla de ella y, de paso, gana mucho dinero. En muchos casos, la televisión y su mecanismo perverso de selección (joy division, en términos nazis) actúa dentro de la épica de Cenicienta, sólo que ya no hay príncipes sino algo parecido una carrera mal remunerada en el porno sueco.

EHEB comentó con precisión el caso de Ashley Simpson, la hermana menor de Jessica, linda criatura con una nariz particular en la que radicaba, lo afirmamos en aquél momento, el secreto de su éxito. Claro que al tiempo terminó operándose, y a la vez que se asimiló con el estándar de belleza industrial liquidó aquello que la hacìa única y destruyó su carrera.

Uno de los temas más frecuentes en las conversaciones recientes fue esta moda psicópata de grabarse teniendo relaciones sexuales, a raíz de los casos conocidos públicamente que terminaron en tragedia. Lo he dicho antes: reina hoy esta idea de “ser es ser retratado”, ya no existen hombres sino imágenes de los mismos. Recién estamos comenzado a percibir cuan grave puede ser todo el asunto.

La venta de ovulos, la pedofilia de los curas, las marchas a favor y en contra del matrimonio gay, el sexo oral de una menor de edad grabado en un celular, las imágenes de belleza que promueve la televisión, todo me ha llevado a copiar este texto de Hobsbawm, brillante y ajustado de matemáticamente al contexto actual.

La nueva ampliación de los límites del comportamiento públicamente aceptable, incluida su vertiente sexual, aumentó seguramente la experimentación y la frecuencia de conductas hasta entonces consideradas inaceptables o pervertidas, y las hizo más visibles. (…) Sin embargo, la importancia principal de estos cambios estriba en que, implícita o explícitamente, rechazaban la vieja ordenación histórica de las relaciones humanas dentro de la sociedad, expresadas, sancionadas y simbolizadas por las convenciones y las prohibiciones sociales.

Lo que resulta aún más significativo es que este rechazo no se hiciera en nombre de otras pautas de ordenación social sino en el nombre de la ilimitada autonomía del deseo individual, con lo que se partía de la premisa de un mundo de un individualismo egocéntrico llevado hasta el límite. Paradójicamente, quienes se rebelaban contra las convenciones y las restricciones partían de la misma premisa en que se basaba la sociedad de consumo, o por lo menos de las mismas motivaciones psicológicas que quienes vendían productos de consumo y servicios habían descubierto que eran más eficaces para la venta.

Se daba tácitamente por sentado que el mundo estaba compuesto por varios miles de millones de seres humanos, definidos por el hecho de ir en pos de la satisfacción de sus propios deseos, incluyendo deseos hasta entonces prohibidos o mal vistos, pero ahora permitidos, no porque se hubieran convertido en moralmente aceptables, sino porque los compartía un gran número de egos. (…) La revolución cultural del siglo XX debe, pues, entenderse como el triunfio del individuo sobre la sociedad o, mejor, como la ruptura de los hilos que hasta entonces habían imbricado a los individuos en el tejido social. (…) La alternativa a una vieja convención, por poco razonable que fuera, podía acabar siendo no una nueva convención o un comportamiento racional, sino la total ausencia de reglas, o por lo menos una falta total de consenso acerca de lo que había que hacer. (…) Este individualismo encontró su plasmación ideológica en una serie de teorías, del liberalismo económico al “posmodernismo” y similares, que se esforzaban por dejar de lado los problemas de juicio y de valores o, mejor dicho, por reducirlos al denominador común de la libertad ilimitada del individuo.

Amen

JPS

2 comentarios:

Anónimo dijo...

tiene algunas erratas el texto, creo que estoy ocupado y no tengo tiempo de chequear. ademas, noto que se me extravío una oración en la que comparaba la situación de ashley simpson con la pérdida del aura de la que hablaba benjamin, sólo que esta vez aplicada al ser humano.

a nadie le importa

saludos

jps

Anónimo dijo...

Ashley Simpson trabaja en la tv, pasa que no se la reconoce por su rinoplastía.

Tch.

(sí los leo, pero no me preguntes)