miércoles, 26 de diciembre de 2012

Alexander "Skip" Spence - Cripple Creek





El otro día, en vísperas de Navidad, se armó una discusión familiar bastante entretenida. El dilema era: ¿está bien que Tinelli ponga a bailar síndromes de down en su programa? Mi viejo opinaba que sí, porque sensibiliza a la gente y muestra una parte de la sociedad que no es perfecta. Mis hermanos objetaban que Tinelli lo hace sólo porque es negocio, ya que el morbo significa dinero. Yo me entretenía escuchando, pensando que las dos posturas deben se correctas, y sólo me limité a decir que no hay que ver Tinelli, no hay que hablar siquiera de lo que pasan en la tele. El mejor remedio es ignorarla, pretender que no existe.

Y creo seriamente en ello. No hay que hablar de lo que no sirve. Porque se pierde el tiempo para hablar de cosas más importantes, como de Skip Spence, por ejemplo.

Skip Spence era Canadiense.

Siempre que pienso en Canadá (país que nunca visité) llego a la misma conclusión: debe ser muy aburrido vivir en un lugar donde los gobiernos son estables, la economía es estable, la tasa de homicidios es estable. Basta recordar que su período revolucionario se llamó "La Revolucion Tranquila". No hay caos, no hay depresión, no hay resentimientos de clases sociales en conflicto. Vas por la calle y cruzás por la senda peatonal. Los tacheros no inventan tarifas. Todos tiran sus papeles en el cesto y pagan sus impuestos por internet. La sociedad ideal. Algo horrendo tienen que esconder.

Skip Spence era canadiense, aunque de Otario, esa ciudad que queda justo frente a Detroit (Michael Moore la recorre en Bowling for Columbine). Es un pueblo tranquilo, donde todos dejan la puerta sin candado por la noche. Y justo del otro lado del río tienen una de las ciudades más violentas y culturalmente ricas de los Estados Unidos; dos ideales del mundo contrapuestos, a 2 kilómetros de distancia. De allí viene Spence, y no es casualidad que hasta su muerte haya llevado esa sensación de vivir al límite.

Cuando era adolescente, finalmente se mudó con su familia a los Estados Unidos, y aquel choque cultural iba a ser determinante en la vida del joven Skip.Así que para soportar esa angustia dentro suyo aplicó la tipica receta de los jóvenes en los años sesenta: el abuso de las bondades del ácido lisérgico. Fue entonces cuando empezó a tocar profesionalmente, primero con Jefferson Airplane, luego con Moby Grape. Pero no vamos a extendernos sobre estas dos bandas. Lo que nos interesa en este articulo es indagar la historia de vida del compositor de "Oar".

Desde temprano se dieron cuenta que el pibe iba para mal. Porque su problema no eran las drogas, sino el efecto que éstas tenían en el. Se ponía violento, se creía el anticristo y hasta cambiaba de vestimenta. Su anécdota mas conocida se remite a una gira en New York, en la que Spence tomó un poco de ácido y al cabo de un rato pasó de ser un huraño barbudo e impasible a un completo demente. Se apareció con una campera de cuero sobre el torso desnudo, bañado en sudor frio, derribando puertas y amenazando de muerte a todos con un hacha. "Había gente ahí que tomaba drogas mas duras y llevaba un estilo de vida mas duro, y cosas raras. Así que Skip voló con ellos", relató su compañero de banda Jerry Miller.

Skip solía decir que aquellas largas jornadas de locura para él eran la cordura deseada. Entonces se encerraba en su habitación con un grabador y componía una música tan lejana, etérea y triste como Canadá. El disco se llamo "Oar", y fue el único que grabó Spence como solista.

Después se volvió loco en serio, como les pasa a todos los que abusan de la pepa. Dejó de prestar atención, de importarle, de sentir empatía. Dejó de hablar con la gente, algunos viejos amigos aun sentían el compromiso de llamar cada cumpleaños. Pero ya no era el mismo, sino el fantasma de lo que alguna vez pareció ser. Varios años después se murió, y poco importó: su muerte artística fue mucho más trágica que su muerte biológica.

Algunos culparon a las drogas, otros -mas responsables- culparon a Canadá, a la tristeza de poseer una mirada artística en un país donde no hay lugar para la reflexión, para el desasosiego, el caos, el horror.

"Hay que culpar a la ciudad", canta JPS, llenando el cuarto de inspiración.

Les dejo este gran tema.


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