miércoles, 3 de noviembre de 2010

Saldando deudas

Me di cuenta hace poco que en este blog no habia nada de Nick Drake. Quise escribir algo, pero luego recorde que ya lo habia hecho hace algun tiempo. Les dejo una cancion hermosa y el texto que escribi en aquel entonces, cuando Pink Moon era una novedad en mi vida. Hoy ya forma parte de ella.

Cadaver Exquisito

Realmente tenía ganas de realizarle un homenaje a Nick Drake y contar todo lo que adoro su música y sus discos geniales, etéreos, intensos, infinitamente tristes, esperanzadores en alguna extraña manera. Estuve leyendo su biografía, supongo que cuando uno analiza la vida de un suicida comienza ver cada uno de sus gestos como un signo no interpretado, latente, y se lanza a una búsqueda desesperada de pistas o señales que indiquen los motivos de su fatal decisión.

He llegado a la conclusión de que todo eso es en vano. ¿Sabían que Nick ostenta un record de atletismo en los 100 metros llanos? Lo consiguió durante la secundaria. ¿Se lo imaginan al compositor de Parasite en paños menores, corriendo a toda velocidad sobre una senda marcada con tiza? Bueno, fuck, imagínenselo. Le damos una enorme carga a los muertos, los llenamos de expectativas que nosotros no pudimos cumplir, creamos un fantasma a nuestra medida y lo adornamos con las ropas que mejor nos caben. Reducimos sus vidas a un conjunto de situaciones, un tanto patéticas, un tanto heroicas, que alimentan el mito y satisfacen nuestro ego.

Es natural pensar, al menos desde nuestra cultura, que un suicida muere por nosotros. La idea de un cordero que con su desaparición nos hace pensar sobre nuestra condición, el emma, está instalada en nuestra civilización con el propio Cristo, cuyo suicidio-homicidio-inmolación ha pasado a la historia y es el faro moral sobre el que giramos hace ya 2000 años.

No quiero ponerme a analizar la decisión del Dios católico de encarnarse en hombre y matarse a los 33 años, en todo caso, como Borges, me parece excelente literatura fantástica. A lo que voy es que esa decisión nos ha marcado profundamente y que ha agudizado esa idea, que de todas maneras ya los griegos habían desarrollado con un tipo como Aquiles (probablemente el primer Cobain de la historia), de la muerte prematura como una forma de heroísmo. Los muertos jóvenes no tienen oportunidad de equivocarse, los errores que cometen en vida son analizados a partir de su muerte como obstáculos por los que el héroe tuvo que pasar en su camino de redención. El suicidio, paradójicamente, es un acto de cobardía al que muy pocas personas se atreven.

A veces me llama la atención nuestra capacidad para vivir, un promedio de 75 años según últimas estadísticas, una vida cuyo sentido desconocemos por completo. ¿No les parece extraño? Pero es cierto que algunas personas son más sensibles que otras con respecto a esa pequeña inquietud. Algunos pueden ser almaceneros o publicistas toda la vida y jamás intuir la inconmensurable complejidad que implica la distancia entre el cielo y nosotros. Otros se hacen la gran pregunta, y el simple hecho de planteársela los vuelve un poco más inteligentes. En ese camino de interrogantes uno se termina aferrando a algo como eje para transitar la existencia: los hijos, la música, la literatura, la religión, el amor de una mujer, etc. Otros, los menos, se obsesionan con esa falta de respuestas y son incapaces de sujetarse a algo. Excesivamente conscientes de la falta de sentido de todo esto, se van apagando de a poco. Depresivos, suicidas, locos. Debe ser terrible.

La música de Nick suena etérea, parece no estar atada a nada terrenal sino a imágenes efímeras que el mundo nos otorga cada día, como el amanecer, el cielo, la luz del sol iluminándolo todo con cuidado, el tiempo que transcurre mientras uno mira el mundo a través de la ventana. Su voz suena tan natural como el viento golpeando las copas de los árboles antes de una lluvia torrencial, es como una flauta dulce que flota sobre nosotros y que se mezcla espontáneamente con el resto de las cosas.

Nunca logró aferrarse a nada. Se sabe de su misoginia, y hasta se ha comentado una reprimida homosexualidad. Nunca logró verdadera intimidad con otra persona. Fue capitán de su equipo de rugby de la secundaria, fue asiduo concurrente a recitales de folk y jazz durante su período universitario, pero nadie parecía conocerlo demasiado. Apenas le efectuaron una entrevista a lo largo de su vida, y sólo dio una docena de recitales, ya que sufría físicamente el proceso de tocar sus canciones frente a los demás. Sus tres discos fueron fracasos de ventas. Paul Weeler, que lo conocía bastante, ha dicho: “se fue alejando y alejando, hasta que finalmente desapareció”. Medía 1,90 y caminaba encorvado, era tímido y callado, me lo imagino deshaciéndose en uno de esos amaneceres ingleses inconmensurablemente tristes.

No hay situaciones heroicas en la vida de Nick. Realmente no tuvo una biografía llamativa. La única anécdota que ha pasado a la posteridad es aquella que relata que, avergonzado por lo poco que habían vendido sus dos primeros discos, dejó su obra final, el descomunal Pink Moon, a la secretaria de su compañía discográfica, pensando que quizás, y a pesar de todo, aún estaban interesados en hacer algo con el material. Se enteró poco después que habían editado el trabajo tal cual estaba, voz y guitarra únicamente, con algún agregado de piano. A diferencia de Morrison o Hendrix, Nick murió sin fama, sin éxito. Se volvió invisible, se termino de fundir con la naturaleza, se disipó en la bruma de la isla. No era un héroe, ni un ícono en desgracia. Su primer éxito lo consiguió 25 años después de muerto, cuando WolksVagen musicalizó una de sus publicidades con la canción Pink Moon. Toda una generación comenzó a conocer su obra perfecta, y se editaron box sets y grabaciones inéditas.

Cuando alguien se suicida, lo primero que viene a la cabeza de uno es “¿por qué?”. No hay respuestas, de la misma manera que no las había para el fallecido. He llegado a escuchar que Nick ni si quiera se suicidó, que tomó equivocadamente antidepresivos en lugar de pastillas para dormir, lo que provocó su muerte irremediable. La prueba está en que no dejó nota. ¿Importa eso ahora? ¿No es lo mismo? Cuando Kurt murió, la prensa quiso ver en él la alineación que miles y miles de jóvenes sufrían en un mundo inhumano, repleto de guerras por el petróleo y con un individuo tendiente a la desaparición frente a la máquina aplanadora de la TV. Falso. Se mató por razones personales, por causas de una profundidad aterradora, como un pozo oscuro del que apenas alcanzamos a vislumbrar el inicio. Lo mismo con Nick. Y uno, a veces, tiende a querer interpretar sus canciones o sus frases como un anticipo funesto. Pero no sirve de nada. Nadie muere por nosotros. Si la vida es un conjunto de símbolos, sólo una Inteligencia Superior es capaz de analizarlos, nuestro trabajo es más humilde y, si se quiere, más digno. Es tan suicida el Nick rugbier como el Nick que compuso Time has told me. Los dos se suicidaron, porque fueron uno.

La muerte nos justifica. La falta de éxito de los malogrados nos lleva a pensar que, si nuestro propio trabajo fracasa, el mundo es tan injusto como el mundo de Nick, o el de Kafka, o el de Van Gogh. Pero el mundo siempre es uno, el mismo lugar en el que Bill Gates hizo millones y en el que Florencia Peña es considerada una gran actriz. Nadie se suicida por vender poco o mucho. Sigue siendo una pregunta sin respuesta. Es cierto, Drake no tuvo tiempo para sacar un disco malo, su muerte prematura le impidió fallar; luego de la Velvet, Lou Reed editó algunos discos mediocres que lo humanizaron un poco, que lo volvieron falible. Preferimos al Che sobre Fidel, a Lennon sobre McCartney, a Polosecky sobre Pauls, y la lista es interminable. Pero los defectos y las virtudes de los cadáveres ya estaban ahí, los podemos ver si impedimos que la muerte lo cubra todo. ¡Qué lastima que Nick no pudo sacar más discos! Incluso alguno malo. Es importante recordar algo: él no era bueno porque estaba deprimido, era bueno a pesar de su depresión, que parecía consumirlo por dentro. La tristeza no es una condición necesaria del arte, Withman y Balzac lo demuestran. Pero los depresivos son más marketineros, mas inescrutables, enormes misterios sin respuestas posibles. Cito a Nick en esta genial frase de Fruit tree: “La fama es tan póco sólida como un árbol frutal, nunca florece hasta que su tronco está en el suelo”. Nick murió por Nick.

Me despido con esta carta que Robin Frederick, una música contemporánea que tuvo la oportunidad de conocerlo, escribió en 1997. La traducción es mía.

“En 1966, yo era una joven americana de 18 años viviendo en Aix-en-Provence, Francia. Era (y sigo siendo) una cantante y compositora. En aquél tiempo estaba cantando canciones folk clásicas y algunas propias en un cabaret de Aix con un amigo, Jon Sundell. Nick Drake vino a vernos al club De la Tartane durante el invierno del 66-67. Me contactó a través de un amigo y preguntó si me gustaría juntarme con él a tocar algunas canciones. Una tarde nos encontramos en una habitación de la universidad Aix-Marseilles, donde yo cantaba por las noches. Entre los temas que toqué para él había uno llamado Been Smoking Too Long, que era mío. Me encantaría recordar qué canciones me tocó él a mí, pero no puedo. Sólo recuerdo su voz hermosa, intensa, apacible, honesta. Me enamoré de él aquella noche, pero era demasiado insegura para decírselo.

Después de eso, solía venir a mi departamento tarde en las noches y entonces nos cantábamos canciones. No recuerdo que haya tocado alguno de sus temas. Debería haber compuesto algo para entonces, pero quizás no se sentía listo para compartirlas conmigo. No sé. Tocaba canciones de Bob Dylan, Bert Jansch, y otros cantautores contemporáneos. Lo recuerdo cantando una canción llamada Changes, escrita por Phil Ochs, que le gustaba mucho.

Sit by my side
Come as close as the air
Share in a memory of grey
Wander through my words
And dream about the pictures that I play
Of changes

Tengo la sensación de que Nick estaba absorbiendo todo lo que sucedía alrededor, música, letras, miradas, sonidos, gente; sosegadamente tomándolo todo. Aún cuando era tímido y reservado, tenía una presencia poderosa que parecía acercar la gente hacia él. Ciertamente era lindo, y eso, más su quietud natural, hace que sea sencillo endilgarle un conjunto de fantasías a su alrededor. Baudelaire, Rimbaud, todo ese asunto de los “Poetas Malditos”. Esto era el sur de Francia, después de todo, y éramos escritores y cantantes recorriendo las inmortales calles donde pintó Cezzane y murió Rimbaud. Yo era bastante buena imaginándome a mí misma como un montón de personas que no era. Así que era fácil envolver a Nick con el halo oscuro de Baudelaire. No estoy segura hasta qué punto interpretó Nick ese papel. Más que un poco, según recuerdo.

Los verdaderos “Poetas Malditos” eran escritores exquisitos pero, en general, gente no muy simpática. Y tenían relaciones espantosas. Así que yo esperaba lo peor. (Esa es mi excusa, de todos modos.) Una tarde, antes de que él partiera a África, Nick me pidió que nos juntáramos en un café, y nunca apareció. Yo estaba furiosa. Y herida. Escribí una canción que era un tercio ira y dos tercios victimización. Se llamaba Sandy Grey. Después dejé todo y me fui a Grecia. Quizás sobreactué un poquito.

Nunca volví a ver a Nick. Pero aquél verano, haciendo dedo para llegar a Londres, me encontré con Jon Martin. El había grabado Sandy Grey en su primer disco, London Conversation. Esto era el verano del 67 y no creo que Jon haya conocido a Nick aún, o si lo había hecho yo no estaba enterada. Nunca le dije a Jon por quién había escrito la canción, así que estoy segura que Nick nunca lo supo.

Nick apareció en mi vida una vez más, en 1992. Yo estaba terminando mi propio disco, How Far? How Long?. Fue a través de uno de los dueños de la disquera Higher Octave que supe del álbum Time of no Reply. Lo estaba escuchando en mi estudio de Malibu cuando oí Been Smokin Too Long, una canción que había olvidado por completo. Fue un sentimiento de lo más extraño, confuso en realidad, escuchar cantar a Nick una canción que yo sentí que de algún modo estaba conectada a mí. No fue hasta que llegó a una línea cuya letra había modificado que supe que la canción era mía. Yo recordaba claramente que había escrito una letra diferente, no la que él había cantado.

Mientras escuchaba a Nick cantando la canción aquél día, tomé conciencia de que la había grabado en 1967 y que yo la estaba escuchando 25 años después. Pero de algún modo los años se volvieron horas. O una escasa distancia que casi podía alcanzar. Como si el tiempo se hubiera vuelto espacio, y yo estuviera parada en un puente, entre el “entonces” y el “ahora”. Debe haber alguna ley física que trate sobre esto, quizás la perdida teoría de la relatividad emocional de Einstein.

Soy y he sido una devota Romántica. Como muchos poetas y artistas, fui atraída por el lado oscuro del romanticismo. Durante años escribí desde un lugar de tristeza y abandono, como Nick había hecho. No sé cómo algunas personas sobreviven a ese lugar mientras que otras, como Nick, son empujadas aún más por la oscuridad. La depresión es una enfermedad de la que aún sabemos poco, aunque ahora hay algunos tratamientos efectivos para tratarla. Durante los 80´ viví durante cinco años con un tipo cuyos pozos de depresión lo llevaron en última instancia al suicidio. Hice todo lo que pude para ayudarlo, pero su dolor estaba más allá de mi alcance. Obtuve un mejor entendimiento de lo que le estuvo pasando cuando leí el libro de William Styron “Darkness Visible”, un recuento terrible y muy bien escrito de su lucha contra su propio pozo.

Cuando escucho la música de Nick, especialmente Pink Moon, deseo poder cruzar realmente ese puente, aquél que divide el “entonces” y el “ahora”. Deseo poder volver y cantar para él una vez más. Deseo poder tocarle las canciones que escribo ahora, tan diferentes de las que escribía entonces. Quisiera agradecerle por componer From the morning y por el exquisito cambio de tono en el estribillo de Things behind the sun. Y, aún cuando sé que no hubiera marcado una diferencia con el modo en el que se dieron las cosas finalmente, quiero decirle que lo amo. De algún modo, de alguna manera, sé que eso puede suceder. El amor nunca está realmente perdido, y, si las dejamos salir, todas las cosas vuelven a nosotros otra vez.”

Nota posterior

Cito a Borges para ampliar aquello que he opinado en el comienzo de este artículo:

“Wilde atribuye la siguiente broma a Carlyle: una biografía de Miguel Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Ángel. Tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y simplificada la historia, que un observador omnisciente podría redactar un número indefinido, y casi infinito, de biografías de un hombre, que destacan hechos independiente y de las que tendríamos que leer muchas antes de comprender que el protagonista es el mismo. (...) No es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; otra, de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides; otra, de su comercio con la noche y las auroras (...)”.

Borges ha dicho que su deuda con Carlyle es tan vasta que “especificar una parte parece repudiar o callar las otras”. El mismo dictamen le cabe a él cada vez que intento escribir algo.

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