domingo, 2 de agosto de 2009

Las Bandas

A partir de la mención de Los Redondos en este anárquico espacio, comencé a escuchar mi disco preferido de la banda, el recital en vivo en el Palladium de 1986. Allí Los Redondos están en su mejor momento, las guitarras de Skay vuelan y el Indio tiene un buen humor desconcertante, lanzando cada tanto sus famosos chiquiri te te o un simpático hola hola hola al comienzo del recital, que abre con el glorioso Fuegos de Octubre. Recuerdo haber escuchado este disco hace muchos años, en un pasado que parece de otro. Hoy, ya adulto, ya portador de alguna clase de resignación, siento perplejidad ante un aspecto del recital que nunca había notado: el público.

Silencioso, atento, sin apelar a los cánticos o a la arenga fácil, el público, esa masa anónima compuesta por cientos de hombres que hoy son sólo uno, escucha y permite que la prioridad sea la música. Los Redondos habían editado Gulp y Oktubre y, si bien su fama estaba en franco ascenso, sus seguidores seguían siendo adultos y jóvenes esperanzados en la contracultura que de alguna forma la banda representaba. Aún cuando los trágicos setenta habían acabado, los ochenta seguían siendo una época oscura, sobre todo porque la democracia había costado no una decisión sino miles de muertes. La mala conciencia argentina sobrevolaba una sociedad que mediante la farsa de la liberación sexual intentaba sobrellevar su falta de historicidad y compromiso. Los Redondos planteaban, sin saberlo, una salida posible, leyendo el contexto con extrema lucidez y, esto es importante, mucho sentido del humor. Las drogas, la cultura rock, las crípticas referencias a la realidad, todo fue conformando un imaginario redondo que de a poco la fantasía de los fanáticos fue completando.

Es ridículo pedirle a una banda que cambie el mundo, pero es necesario exigirle que lo intente. Los Redondos lo intentaron y en su fracaso puede estar la clave de una época.

En 1991, dos años después del menemismo, la convertibilidad y las privatizaciones, la banda edita La Mosca y la Sopa y, de alguna forma, comienza a ser rehén de sus propios seguidores. En la tapa del disco vemos a una masa anónima de gente y a la banda detrás, secundaria en la fotografía. Es un punto clave en la historia del grupo y del rock en Argentina. El público en primer lugar, la música como un aspecto menor o lateral. Los Redondos ya no pudieron plantear una contracultura porque la realidad que criticaban les estalló en la cara. Esa realidad (injusta, exclusiva, carente de identidad e incapaz de generar una cohesión social) dio como resultado toda una generación de jóvenes y adolescentes abandonados a la falta de certezas, viendo el progreso por la nueva televisión privada. Este grupo de personas encontró en la ambigüedad anti sistema de los Redondos una voz con la que identificarse. Ser ricotero era una suerte de religión, y los rituales que empezaron siendo simpáticos fueron transformándose en estúpidos o peligrosos: el pogo más grande del mundo, viajar 1000 kilómetros para ver al grupo, la violencia en los recitales, la muerte de Bulacio. Cromagnon comenzó a originarse, de alguna manera, en La Mosca y La Sopa, así como la decadencia cultural y social de nuestro país pareció profundizarse en la misma época.

El Indio Solari, que es un intelectual y alguien con una admirable capacidad de reflexión, vio asombrado cómo su banda se transformó en la catarsis de miles de chicos y asumió la responsabilidad como pudo. No quisiera estar en sus talones. Hoy es fácil criticarlo por algunos deliberados himnos demagógicos, pero ¿quién puede decir algo de Juguetes Perdidos? Cuando a un cristiano se le presentan pruebas irrefutables de la inexistencia de Jesús, su fe en el carpintero aumenta. Con Los Redondos la situación era igual de ridícula: cualquier cosa que la banda hubiera hecho sólo habría provocado el mismo entusiasmo desmedido. Los Redondos tenían fieles, no admiradores. La decisión de poner al público en primer plano en la tapa de La Mosca puede haber respondido a ese iniciático asombro, pero con el tiempo se puede afirmar que fue un craso error. Allí comienza a importar menos la música que el público, un fenómeno que se trasladó al fútbol con consecuencias igual de nefastas.

Los Redondos, de todos modos, eran tipos con cierto nivel de inteligencia y responsabilidad. Su separación dejó desamparados a estos jóvenes y algunas bandas mucho menos lúcidas se hicieron cargo de esa masa de personas. En el momento en que un grupo tan mediocre como Callejeros tiene la responsabilidad de convocar a 4000 chicos, una tragedia comienza a gestarse.

Incapaz ya de proponer un nuevo pensamiento, la lírica de Solari parece perder vuelo cuando intenta analizar o criticar la sociedad que siempre detestó. Alguna vez nos hemos quejado del carácter bajalínea de las últimas letras de los Redondos. La realidad superó al Indio como nos supera a todos, pero el hombre amargado no puede más que lanzar golpes al vacío como un boxeador herido de muerte. La chica con la remera de Greenpeace, los tickets de Carrefour, la internet (le dice la internet, como mi viejo), sus últimos discos solistas, intentos vanos de leer una realidad mucho más compleja e inabarcable. Si antes la música de Solari era inductiva (de él hacia el mundo), hoy es deductiva (del mundo hacia él) y pierde mucha fuerza.

De alguna forma, Solari parece un personaje kafkiano. Se dedicó durante años a la ciega construcción de algo, sin saber que ese algo era su propio calabozo. Separado de la realidad por los muros y los perros que rodean su casa, intenta reflexionar sin éxito sobre un mundo caótico que ya no comprende. Una melancolía resignada se percibe en sus últimas entrevistas. En sus recitales, Ji Ji Ji suele cerrar la velada. Lo mismo hace Skay. El pogo más grande del mundo. Lo que antes era acción, hoy es nostalgia. Si en los setenta la historia era tragedia, hoy se repite como farsa.

Por eso, quiero volver a Palladium. En ese recital, el mentado Ji Ji Ji es el tema 7 y nadie parece exaltarse demasiado. Los Redondos hacen magia sobre el escenario. Patricio Rey está vivo. Una vaga esperanza flota en el aire. Escuchamos pasmados esa gran canción que es Rock Para las Abejas. Y el futuro está lleno de promesas.

GG


11 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran posteo GG! Usaste la palabra 'bajalínea'!!!

MN

Anónimo dijo...

Justamente, este posteo fue una de las mejores bajadas de línea del Gentil.

EM.

Anónimo dijo...

Yo estuve en Palladium. Pinché 5 guachos ese día.
el hombre en bata.

Anónimo dijo...

Linea
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El gentil

Anónimo dijo...

"che, gui... esta bien asi?"

sabes que me voy y comentas, B. Sos alto go-vir.

GG

Anónimo dijo...

se volvieron demagogos desde bang bang, premeditadamente. Ahora el indio disfruta la mansión que la cultura del tetra le compró.

Un poco ingenuo, pero buen post de todos modos.

Anónimo dijo...

No contaba con el Wi-fi gentil, aguante Soda.

Anónimo dijo...

tambien es ingenuo pensar que el indio "especulo con la cultura de la birra" como si fuera un simple mercenario mercantilista. un tipo asi nunca compondria un tema como los que el indio compuso.

Anónimo dijo...

excelente, gentil. me la voló.
ds.

Anónimo dijo...

tuvo efecto retardado el post, parece. nos estamos tirando muchas flores, ds, me preocupa.

gg

Carlita dijo...

Creo que dentro del contexto del rock argentino actual.. rescatando la media verdad del relato,se cae en un reduccionismo este tipo de valoración de un artísta ...
""Es ridículo pedirle a una banda que cambie el mundo, pero es necesario exigirle (?) que lo intente. Los Redondos lo intentaron y en su fracaso puede estar la clave de una época""

Un artista es mucho más que "su venida a menos" su "aburguesa-miento" si lo querés plantear así... Si ni planteando programas políticos que van desde un "plan trabajar" y una "revolucion contra el Estado" se pudo "cambiar al mundo" menos lo logrará una banda de Rock (se me acurre Pink Floyd por ejemplo) Es, creo yo, hasta ridículo que lo intente....

Disfrute mucho la lectura, gracias!
Saludos!