martes, 14 de diciembre de 2010

Las 10 canciones del 2010 IV

Avatar

En algún momento de este año se estreno Avatar de James Cameron; algunas semanas más tarde escribí una crítica en la que acusaba a la película de esquemática y previsible, y de tener una severa contradicción entre forma y contenido, y acuse a Cameron de parecerse menos al héroe que al villano con su bombardeo interminable de efectos. Hace poco volví a ver la película, pensando que quizás actué como un snob, y preguntándome quien era yo para criticar a alguien se ha vuelto millonario filmando películas. Lamentablemente, Avatar siguió pareciéndome larga y, en algunos pasajes, absurda, apenas una mala adaptación de la obra maestra de John Boorman La Selva Esmeralda.

De todos modos, en la supina idiotez de Avatar, se revela el genio de James Cameron. El concepto mismo de avatar es de una importancia poderosa. A mayor o menos escala, todos tenemos nuestro pequeño avatar virtual en Facebook o Twitter o en el mundo de los videojuegos (donde podemos diseñar personajes a nuestra medida), y somos juzgados y valorados por él. Es difícil mesurar hasta que punto cambia esta coyuntura nuestra manera de relacionarnos con nuestro yo y con el Otro, o con sus respectivas imágenes, que parecen cobrar una importancia inédita. El año pasado se estreno una pésima película de Bruce Willis, Surrogates, en la que se planteaba la idea del avatar; si allí el concepto era cuestionado, Cameron jamás se plantea un debate ético sobre este punto, demostrando lo fascista de su mentalidad.

Hollywood cae una y otra vez preso de su propio código de masas, pero la visión americana de avanzada sigue planteándose temas que tienen que ver no con el presente (al que consideran molesto en tanto deban rendir cuentas morales que nunca pueden pagar) sino con el futuro, lugar al que obsesivamente apuntan con cierto toque maquiavélico. Como si fuera un personaje de Houellebecq, Cameron tiene alma de científico y, en su lugar de portavoz de la gran potencia mundial, conocimientos superadores sobre el rumbo que puede asumir el mundo; a él no le importan los pequeños dramas humanos, los esbozos de vida periféricos, sino los debates mayores entre maquina y alma. Si en Titanic narro el fin de Europa, en Avatar plantea el fin de Estados Unidos a partir de una alianza entre científicos y una nueva organización política que tiene menos que ver con la burocracia que con la ciencia. Está claro que su mensaje está plagado de contradicciones. Todos los grandes científicos son militares o son financiados por militares, y no hay separación entre los dos mundos. ¿Quién es el villano de Avatar?

Este siglo comenzó con la caída de las Torres Gemelas. Si bien podemos ver la escena como una representación del mundo subjetivo entrando a lo kamikaze en la objetividad de las corporaciones, también es cierto que ya casi nadie cree en la idea del atentado y que la historia de quien mato a Liberty Valance está descartada. En esta contradicción de plantearse como el héroe y saberse el villano se maneja Estados Unidos desde hace algunos años, y de manera más patente desde aquel hecho histórico transmitido en vivo a todo el mundo. Por otro lado, no es casual que desde entonces el mundo árabe haya pasado a ser el centro de lavado de dinero del mundo, y un lugar donde la religión solo sirve para sostener la horrenda desigualdad de salarios obreros mínimos e inversiones fastuosas de billones de dólares.

Avatar sufre esas contradicciones en carne viva, de alguna forma el concepto mismo habla de una duplicidad moral. Los personajes de la película no representan nada más que los demonios internos de Estados Unidos enfrentándose entre sí en una batalla filmada por el único capaz de semejante tarea: el propio James Cameron.

Con avatar estamos hablando de la sustitución de lo real por un símbolo. A lo largo de estos textos no he dejado de hablar del poder de lo simbólico en los tiempos que corren. Su importancia es mayúscula. En algún posteo anterior he hablado de Baudrillard.

En un ensayo sobre la precisión de los simulacros, Jean Baudrillard recuerda un cuento de Borges sobre un mapa (es decir, una representación) tan detallada que es ya una correspondencia biunívoca con el territorio. A partir de esta historia, Baudrillard señala que en la era postmoderna el territorio ha dejado de existir y que sólo ha quedado el mapa o, mejor, que es imposible distinguir los conceptos mismos de mapa y territorio, borrando la diferencia que solía existir entre ellos. En la cultura contemporánea el concepto de "realidad" ha entrado en una crisis irreversible.

El poder pelea por institucionalizar relatos y quizás la resistencia pase por revelar su falsedad y enfrentarlos a la cruda realidad (que está en crisis).

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