martes, 21 de julio de 2009

Historia de los dos que soñaron


Jorge Luis Borges escribió en 1945 un ensayo titulado Valery como símbolo. Aquél texto acercaba el nombre de Walth Withman (la mañana en América) al de Paul Valery (el delicado crepúsculo europeo). Aunque Borges advertía que tal tarea podía parecer arbitraria o inepta, intentaré prolongar su juego acercando el nombre de Bob Dylan al de David Bowie.

Surgido de la infinita y misteriosa zona rural de Estados Unidos, ese desierto metafísico que une y separa dos océanos, la música de Bob Dylan revolucionó la música folk, transformó el lamento resignado del negro en una mística búsqueda de verdades vagamente anticapitalistas. Sus relatos microscópicos comenzaron a hacer eco en toda una nación y de alguna forma la esperanza moderna encontró en su figura una suerte de profeta, una voz quejumbrosa buscando cambiar el rumbo de la historia.

Pero Dylan es mucho más y mucho menos que un símbolo. Zimmerman lleva consigo el carácter errante de su religión y su constante movimiento ha logrado que su figura, que cada vez se parece menos a un hombre y más a una idea, carezca de centro. Dylan es endiabladamente ambiguo, huye y rechaza todo encasillamiento y se mueve de un lugar escapando de sí mismo. Dylan pudo haber cantado contra el capitalismo pero jamás se comprometió realmente con un partido de izquierda. Dylan no dudó en ceder su música para vender autos y hoy es un excéntrico millonario que se aloja en hoteles cinco estrellas. Dylan huye de la política para dedicarse a los grandes temas: el racismo, la injustica y demás abstracciones que como Pilatos lo dejan con las manos limpias. Dylan adolece de ideología, de edad, de tiempo, de religión. T-Bone Burnett dijo alguna vez “no sé si viaja en el tiempo o cambia de formas o como se llame. Pero lo mirabas un momento y parecía un pibe de 15 años y volvías a mirarlo un segundo después y tenía el aspecto de un anciano de ochenta años, y por entonces debía rondar los treinta y tantos”. Dylan nunca necesitó máscaras porque nunca tuvo un rostro definido. Como una idea que nace desde la nada y de inmediato se vuelve eterna, es imposible precisar cómo o de qué forma llegó hasta nosotros. Dylan pudo haber muerto hace 10 años o puede morir dentro de cinco minutos, da igual. Su presencia física ha dejado de importar en el mismo momento en que empezó a cantar. La vida de Dylan es menos una sucesión de hechos que una abstracción, una respuesta, soplando en el viento.

Quizás haya que decir que el europeo David Bowie es el opuesto perfecto de Dylan. Bowie es una entidad corpórea seducida por el thanatos, la pulsión de muerte. Bowie ha entregado su cuerpo a la fina decadencia de su continente. Su sexualidad, sus constantes máscaras, han sido vanos intentos de huir de sí mismo. Al final, Bowie nunca dejó de ser el flemático inglés apellidado Jones que fue seducido por el fascismo y la estética nazi. No hay folklore en Bowie, su música es decididamente blanca, completamente intelectual. Su personalidad camaleónica nunca pudo transformarlo en otra cosa sino que lo reencontró con sí mismo, con su mentalidad gélida y conservadora. Bowie nunca crítico al sistema, más bien intentó transgredir la moralidad burguesa de la que salió y a la que ha vuelto como un hijo pródigo. Hoy un banco lleva su nombre.

Dylan es, como su país, una idea que navega en el tiempo erráticamente, sin llegar a tocar el suelo del que surgió. Bowie, en cambio, ha buscado la máscara final que le haga olvidar su mera condición humana, resignándose finalmente a ser él. Dylan nunca tuvo una imagen definida, Bowie ha hecho un culto de eso, quizás porque toda imagen guarda una mentira y la negación de sí mismo es una forma de poder ser otro. Ambos procesos, opuestos, parecen ser metáforas de la historia. Estados Unidos, una utopía que se deshace para no ser nada y hacerlo todo. Un continente que se ha suicidado, Europa, se maquilla como un triste bufón para afrontar su propio declive.

Ambos artistas, geniales, se ubican en la fina línea donde la historia los escribe a ellos y donde ellos escriben la historia.

GG

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El Gentil Gigante me dejó este gran posteo para que lo suba, pero olvidó indicarme qué tema lo acompañaba. Elegí uno de cada uno. Acaso todavía haya alguien que esté saliendo de su etapa Foo Fighters y empieza a conocer el hermoso mundo del arte. Espero estés de acuerdo, Gentil. Atte, ds.



8 comentarios:

ds dijo...

GG, Hombre en Bata, etc.
chequeen los comments en el post de los pillos.

Anónimo dijo...

Pobre virgacho... Cuando tus viejos abusan de las sustancias terminás así, defendiendo lo indefendible, a los pillos.
el hombre en bata.
Virgacho, hacéte la ja-pa, también es gratarola.

Anónimo dijo...

Por cierto GG, buen post.

Anónimo dijo...

ds, pelotudo, hacele la entrevista al gordo johnston

Anónimo dijo...

Celebro la vuelta de quién fuera la mayor criatura de este blog.
Querido hombre en bata, esta copa va por usted.

Anónimo dijo...

me habían dicho cosas, pero criatura... es bueno que algo me sorprenda todavía.
el hombre en bata.
back in the bee´s knees!

Lisandro Capdevila dijo...

Bob ya ha cruzado el río y se da el gusto de no cantar más, tose maravillosamente.

Anónimo dijo...

Muy bueno maestro.
Igualmente, Bowie es Bowie, todo intento de análisis y/o interpretación quedará pequeño, ya que lo del duque es la magia de las palabras unida a la de la música.